Diario del Estado de Alarma (Día 74): Ropa nueva (sobre Anya Bartels)
Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia
Hoy es un gran día. No habrá calendario alguno que lo resalte, pero para qué lo necesitamos cuando tenemos alma para pegar con el pegamento del recuerdo el día que volvimos a ver al amante, el abuelo al nieto, el camarero a su máquina de café, el mendigo de la esquina al cliente de su miseria, las jóvenes a sus jóvenes, el día en el que el adoquín volvió a intuir los pasos de siempre. Cómo trasladar a un teclado la anarquía de sensibilidades que surge cuando se exilian de golpe todos los árboles del bosque. Cuando los toros enferman de melancolía y comienzan a hablarle a la hierba en el lenguaje de la tristeza. Cuando un ser de magia negra borró con goma de borrar a todos los que hacíamos Madrid. No hay talento sensible creativo preparado para trasladar eso en verso o en prosa. Eso pensaba, hasta que vi unas fotos de Anya Bartels.
Anya Bartels es uno de esos “entre nosotros” a los que no acudimos cuando se necesita el talento. Sobre el toreo el talento, o es de afuera, o no es. Anya Bartels es un talento creativo silencioso, femenino, discreto y gigante. Lo sabía hace tiempo, pero hay momentos en los que, si el talento no crece y surge aún con mayor lucidez, inteligencia superior y una sensibilidad sin grietas, resulta que no lo es. He visto, he leído y he escuchado muchas cosas en estos días. Hasta sufrí un ataque desesperado de ilusión y esperanza en la unidad de todos nosotros. No tenemos remedio. Por eso somos inmunes a la desaparición: sólo lo irremediable, como el amor y el toreo, subsisten mientras exista el mundo. He leído sandeces, ocurrencias, iras emboscadas, miedos sin valentía y otras cosas menores. Pero nunca vi algo que fuera un fiel retrato del alma de mi ciudad cuando Madrid lloró tanto sin tener pañuelo, que las fotos de Anya Bartels.
‘He leído sandeces, ocurrencias, iras emboscadas, miedos sin valentía y otras cosas menores. Pero nunca vi algo que fuera un fiel retrato del alma de mi ciudad cuando Madrid lloró tanto sin tener pañuelo, que las fotos de Anya Bartels’
Cuando la peste le quitó a la ciudad el vestido, los zapatos, el bolso, el perfume de las gentes que la vivían, quedó la posibilidad del retrato desnudo de la ciudad. Una calle en cueros, una esquina sin ropa interior. Madrid desnuda a la luz del sol, bajo la lluvia, con el calor. Madrid en pelota picada para que podamos, de nuevo, vestir a Madrid, vestir a cada ciudad y a cada pueblo que la peste dejó en cueros. La posibilidad de ponernos de nuevo la ropa de una ciudad mejor, de una sociedad mejor, más humana, menos soberbia, menos infalible, frágil pero cálida, donde caber todos y no sobrar nadie. Eso fue Madrid siempre.
Cada foto de Anya provoca vestir de nuevo a Madrid. Ponerle los pañales de recién nacida. Rozarnos de nuevo con ella en un contacto en donde nunca volvamos a ningunear una puesta de sol o un amanecer. Antes de que la peste quitara el vestido usado y viejo a Madrid, habíamos hecho una ciudad de historias fatigadas, una ciudad de un ‘te amo’ en rebajas, ciudad préstamo bancario, vida endeudada, ciudad pasiones de chapa de refresco enterradas.
Mirando las fotografías, hay una esperanza nueva para vestir de nuevo Madrid, a cada ciudad. Hacerla menos soberbia y más habitable. Nunca más vestirla con la ropa vieja de tanta fiesta mal terminada. Recordar lo que sucede cuando le ponemos el vestido de una ciudad de luces viejas, de historias fatigadas, de dolores detenidos, ciudad de amores aplazados, de risa congelada, ciudad crematorio de talentos en soledad, de suicidios callados. Ciudad de piedad quieta, de sol detenido, ciudad de luna muda. Madrid de semáforos sin arco iris, de árboles robados una postal sin enviar. Ciudad de óles en cuarentena, de lances en el paredón, ciudad de brindis encarcelados. Ciudad mirada de ojos de pájaros enjaulados. Ciudad jaula. Pero, ahora, más que nunca, ciudad pájaro.
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