Diario del Estado de Alarma (Día 72): ‘El secuestro de Goya’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia.



Nietzsche, al que tanto citan sin haberlo leído desde la ‘ideología animalista’ de Echenique, dijo que toda cultura es apolítica e incluso antipolítica. Y, en esta definición, lo único que encaja es la Tauromaquia. Sólo el toreo es apolítico y, mucho más, antipolítico.  A las pruebas me remito. ¿Los demás? Veamos: si al decirme con quién andas te puedo decir quién eres, miremos quién anda en la alfombra roja del cine y hallaremos a ciertos políticos. No puede decir la cultura del cine, entonces, que es apolítica y, mucho menos ‘anti’ esos políticos de gala con pajarita. Dos mas dos, en base diez, son cuatro.

Hablando de la alfombra roja y del dime con quién andas, me choco con una paradoja que jamás comprendí. Comprender una paradoja es un certificado de locura y estoy a punto de hacerlo. El cine: dime con quién andas: Gala y Premios Goya. No gala de Buñuel, no. De Goya. Si el toreo tuviera una Gala, que no la tiene, y unos premios, que no los tiene, podrían llevar el nombre de Gallito. Premios Belmonte. Pero también le rima el de Goya. Don Francisco, amigo de Costillares y Pepe-Hillo, se apegó mucho a los toros, porque los consideraba un arte con posibilidad de ascenso social. Era una época aquella en donde si uno nacía cordero moría de carnero.

‘Goya le toca al cine lo que yo le toco al arpa. Jamás un arpa podrá acusarme de acoso. Sin embargo, el toreo le fue presentado a Goya de forma evidente y contrastada. Pero los premios del cine se llaman Goya

Goya le toca al cine lo que yo le toco al arpa. Jamás un arpa podrá acusarme de acoso. Sin embargo, el toreo le fue presentado a Goya de forma evidente y contrastada. Pero los premios del cine se llaman Goya. Sobre el año 1985, cuando el cine español había perdido a la mitad de su público, al productor Alfredo Matas se le ocurrió hacer unos premios y una gala desde la Academia del Cine. Comenzaron las propuestas para poner nombre a los premios. Los yankys no le pusieron nombre, pero la actriz Margaret Herrick dijo un día que la estatuilla le recordaba a su tío Óscar. Y Óscar se quedó.  Francia los llamó imperialmente, premios César. Aquí unos propusieron Premios Lumiére, pero sonaba a lo que era: francés. Premios Soles. Rechazado.

Y resulta que un decorador, Ramiro Gómez, propuso el nombre de Goya. Premios Goya.  Saura y Berlanga, entre otros, le miraron como si vieran a Uribes dando un talón de cien millones a Ábalos, para que éste, del tirón, se los de a la Fundación, mientras le dice a Victorino que se queda con el diez por ciento de comisión. Es un ejemplo de mirada atónita, no ejemplo literal, faltaba más.

Al grano. En la marisquería O Pazo, en Madrid, entre cigala y cigala, un tal Gómez, decorador, lanza una teoría esotérica e inimaginable sobre Goya: que dibujaba en sucesión de imágenes, y por tanto, adivinó un movimiento cinematográfico. Era de noche y, sin embargo, llovía. Yo no lo dudo. Sólo que no me lo creo. Eso sí, reconozco la osadía del tal Gómez. Decorador. Que se llevó desde el mundo de la pintura y el toreo a Goya con todo y sin Tauromaquia hasta la orilla del cine. Pero lo que hiere no es este hurto, que también, sino la cara que se me queda al saber que el amigo de Pepe-Hillo es bandera y símbolo de las gentes que menos afecto nos tienen. Puede que se trate de una cuestión generacional.  

‘El sector ‘cultural’ que se cita expresamente en el Real Decreto de ayudas calificó de ninguneo ministerial la cantidad de miseria destinada a ellos. (…) Pero si eso es miseria, el trato al toreo es de miserables’

El sector ‘cultural’ que se cita expresamente en el Real Decreto de ayudas calificó de ninguneo ministerial la cantidad de miseria destinada a ellos. La verdad, el dinero da para un rato en las tragaperras. Pero si eso es miseria, el trato al toreo es de miserables. Es hacer de alguien un ninguno, de algo, la nada. Trato de sacar ventaja al abandono miserable pensando si no es mejor no ser Cultura. Porque si Cultura es lo que el Estado dictamina, yo no soy Cultura. Y si Cultura es esa ocurrencia que fabrica un pesebrista, o la horrible estatua que un escultor paniaguado colocada en una rotonda,  yo no quiero ser Cultura. Yo quiero ser la Cultura.

Si el cine del mira con quién andas nos lleva a estar delante de un cine de Estado, yo no quiero ser Cultura. No tengo nada contra el cine. Soy un fiel cliente de las salas de proyección. Después de un libro, el cine, aunque lo que hay por delante de ambos no lo diga. Que también es Cultura. Admiro el talento del cine de Berlanga, de Buñuel, de Saura… de Trueba, de Amenábar en parte… Su cine es la Cultura tantas veces antipolítica, como dijo Nietzsche.

No admiro tanto a otros cineastas españoles de hoy, lo que no equivale a odiarlos. En el fondo los miro con melancolía: el Estado se los va a comer. La cultura del Estado es la que pretende lograr gente como ese odio gigante en terciado cuerpo llamado Echenique y toda ideología pseudocomunista. En la obra de Nietzsche, de Mario Bunge o de Bauman, tan citados por el ‘progreso’, se analiza esa cuestión: cómo en la idea comunista, el Estado es la cultura. Cultura igual al culto al Estado. Resulta que el culto al Estado y toreo y su culto, son antagonistas. Por eso el Estado lo pone en una jaula. Pero el toreo es la fiera que no cabe en jaula alguna.

Aunque a veces somos tan lentos en talento y valor que nos pilla el toro y nos roban a Goya.

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