Diario del Estado de Alarma (Día 52): ‘Un carnero frente al espejo’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia



El primer día de permiso para salir a la calle fue día de poner a prueba reflejos. Se trataba de esquivar, no de caminar ni de pasear. Por la zona de Rosales, cerrados por orden de una inteligencia superior los parques por donde sí pasean los perros con sus cagadas que ya no se recogen, lo de la distancia es un platonismo. Cada metro era un Padilla a porta gayola. Juro solemnemente que es más sano una plaza de toros llena, que un paseo al lado de mi casa. Porque al lado de mi casa se hacina el personal, españolitos obedientes al timbre de salida, y en una plaza de toros nadie anda encima de otro. Desafortunadamente nos sobra espacio tantas veces. Consejo: cuidado con salir en manada obediente al escuchar el timbre.

Posiblemente me excomulgo definitivamente. Soy consciente. Pero es que no quiero formar parte del halago falso. No soy un ciudadano “responsable” ni creo que los españoles seamos ejemplo de nada de forma colectiva tal y como consta en los halagos diarios de nuestros gestores. Y aclaro. Un país cuya gente es tratada con halagos mientras quien halaga hace de su capa un sayo, que es, a su vez, una entrega por fascículos del kit del ahorcado, es la idiosincrasia del pusilánime.

‘Ocho de la tarde. Se escuchan aplausos. Ni que ver con los de una plaza de toros, tan a compás. Marabunta de obedientes enfilan por las calles hasta una calle más ancha en donde se hacinarán hasta caminar esquivándose, rozándose, evitándose. Sin preguntarse. Sin pedir explicaciones. No’

. Hay peor que un Napoleón, hay “napoleoncitos”. Que es peor. Salen a puñados y los elegimos cada cuatro años. Y los elegimos en base a unas listas que vienen debajo de unas siglas y ni sabemos quiénes son ni qué hacen ni para qué sirven. Justo lo contrario que obliga al pueblo en general.

Con todos los defectos, aristas, puyas, cainismos y verdades relativas, el espectro del mundo del toro tiene mi afecto duradero. Mirad, para ser torero, primero hay que pasar por una serie de pruebas, exámenes, suertes, aprendizajes… y luego ya veremos. Hoy, el currículo medio de formación y preparación de un político, un Ministro o un Presidente del Gobierno es infinitamente menor al que ha logrado la mayoría de un profesional de carrera o formación profesional en este país. Si esto fuera un ecosistema, resultaría que el líder de la manada es el más débil, el menos apto. Hoy llega a Ministro un cualquiera. A médico o enfermero, muy pocos. Ser Gallito es cosa de elegidos, ser Sánchez es ser Sánchez. Ponga usted el dedo en la guía de teléfonos por ese apellido.

Es el mensaje de no aptitud para medrar. Y con eso, no trago. No hace falta formación o talento o currículo para ser gestor de este país. Por tanto, no creo que quienes elegimos a los gestores, es decir, el pueblo, la gente, seamos dignos de halago alguno. Yo no los quiero, regalo la parte alícuota que me tocara, si es que me toca alguna, de la medalla al heroísmo. Comencé a favor del viento de los aplausos porque estimé que eran para los que ya no son. Los sanitarios en pelotas, con los mismos medios que hace tres siglos, frente a la peste. Hoy no se por qué se aplaude. Porque hasta nos han secuestrado de forma partidaria esa genial idea que se apropia hoy todo el mundo.

Trato de mirarme al espejo y no decirme buenos días con el balido de un carnero. Idioma que podría sustituir al castellano y/o español en la ‘nueva normalidad’

No tengo ni idea de hasta dónde me puede costar caro esta insistencia en hablar o escribir, para el empedrado supongo, en este diario de la peste. Supongo que algo habrá que pagar, pero, como ya no hay, que lleven los muebles. Y mientras se los llevan, digo que me siento ese español de un mundo grandioso, genial. Civilizado, culto, bestial, sin esquinas, que es el del de la Tauromaquia. Escribo para todos y cada uno de los aficionados de todo tipo, da igual su “pensamiento”, amigos, enemigos que hoy son amigos íntimos, ganaderos, toreros, sobre todo para los toreros más necesitados, los novilleros, los de sin caballos, las gentes de las peñas taurinas, de los clubes, para todos ellos.

Creo que esa es la España real. Y lo digo muy claro, que fuera de ella me entra la duda de quiénes somos. Ocho de la tarde. Se escuchan aplausos. Ni que ver con los de una plaza de toros, tan a compás. Marabunta de obedientes enfilan por las calles hasta una calle más ancha en donde se hacinarán hasta caminar esquivándose, rozándose, evitándose. Sin preguntarse. Sin pedir explicaciones. No. No merezco ningún halago ni lo quiero y lo rechazo. Trato de mirarme al espejo y no decirme buenos días con el balido de un carnero. Idioma que podría sustituir al castellano y/o español en la ‘nueva normalidad’.

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