Diario del Estado de Alarma (Día 61): ‘Los últimos hombres cultos’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia



Lo que nos sucede es que no tenemos tantos muertos. Tenemos cifras de muertos, que es distinto. Y, ahora, en descenso, le añaden en el titular de prensa el “sólo” “equis” muertos. En la equis ponemos 231. Titular: Solo 231 muertos. Yo me cago en todo. ¿”Sólo”? Por eso digo que no tenemos tantos muertos. Le tenemos tanto pánico al virus, a morir, que no tenemos tantos muertos. Sólo tenemos una extensa cifra de muertos a la espera de ser olvidados para seguir viviendo. Obediente espera. Sumisa espera de colas, distancias, mascarillas y multas. Yo tengo mis muertos, el otro tiene a los suyos. Todos no los tenemos a todos. Peste de sociedad, hermanos Pana y Víctor. Si tuviéramos de verdad tantos muertos, le pegábamos fuego al infierno.

Me manda Soro, ese hombre hiperactivo dentro de una hiperactiva pasión que habita dentro de un torero infatigable, una foto de El Pana y Víctor Barrio juntos. A Rodolfo lo conocí en muchos mano a mano en México. Me pegaba un repaso en todos. Su recuerdo sobre camastros, cunetas, calles, callejones, tequilas, cuchillos, balas, mezcal, putas queridas y faldas indeseables, chinches y pulque, estómagos que arden y alma de infierno, no eran recuerdos de biblioteca. Eran reales. Un ‘platicamos de los padres’ (adoraba el recuerdo de su madre). El mío se mató regresando de chambear por una carretera cuando tenía cuatro años. El suyo, me relató si el recuerdo no me engaña, era un juda (policía de la judicial) al que tumbaron de un plomazo cuando Pana contaba con tres años.

‘A Víctor Barrio apenas lo conocí en lo humano. (…) Prefiero mirar un retrato de él y adivinar qué cosa. En ese rostro delgado y casi imberbe hay un mundo por descubrir truncado, un millón de cosas por hacer’

Era un hombre profundamente culto, naturalmente culto, humanamente culto. Cogía a la vida o la vida le cogía a él, dependiendo de la hora del día. Usando la acepción mexicana del verbo “coger,” que en Hispania es copular pero con gusto. Léase joder. Machismo filosófico puro. De los hombres más cultos y menos contaminado por la “cultura” que he conocido. La cultura nace en las tripas, no en las bibliotecas. Las buenas bibliotecas están llenas de libros de hombres con tripas. Luego hay otros libros, demasiados, escritos por mujeres y hombres sin tripas que nunca se cogieron a la vida ni la vida a ellos. Pero no son libros. Aunque por fuera tienen esa forma.

A Víctor Barrio apenas lo conocí en lo humano. No he preguntado cómo era porque hay otra biblioteca verbal a la que no suelo acudir. Prefiero mirar un retrato de él y adivinar qué cosa. En ese rostro delgado y casi imberbe hay un mundo por descubrir truncado, un millón de cosas por hacer. No es que no tuviera edad para morir, es que la vida lo tenía en los primeros peldaños de su jodida y grandiosa escalera. En un mundo arribista, de postureo, mundo obediente de gentes obedientes, rebeldes de salón con el teléfono que usan la calle para ser aún más obedientes, elegir ser torero es de hombres con tripas. Por eso es, era, un hombre culto. Los toreros. Los que lo son, son los últimos hombres cultos. Y me vale madre lo que digan los cultos de biblioteca.

Rodolfo no le entraba a eso de los antitaurinos y las redes. Del otro lado del mismo infierno de Dante, ponemos Víctor Barrio. Más joven, menos balanceado por la vida, más mens sana in córpore sano. En el mismo infierno, pero sólo desde la otra orilla. Un acceso distinto al mismo lugar de vida y muerte que es el toreo’

Rodolfo no le entraba a eso de los antitaurinos y las redes. A un tipo que vendió su alma por una botella de after save con el que saciar la llamada a gritos de la sed de alcohol, le valía madre lo que dijera el twitter ese. Y, con ese trago ¿brindaste?, ‘nomás tomé’, me dijo. Los dioses del ágave le amaron tanto como él amó al toreo. Del otro lado del mismo infierno de Dante, ponemos Víctor Barrio. Más joven, menos balanceado por la vida, más mens sana in córpore sano. En el mismo infierno, pero sólo desde la otra orilla. Un acceso distinto al mismo lugar de vida y muerte que es el toreo. Uno desde la puerta de la inocencia más perseverante, de la afición más innata. El otro como vomitado por la ballena, como le pasó, dicen, a Jonás.

Allí donde el periodista no puede acceder, ya sea cielo alguno, o al infierno de Dante o donde quiera Dios que esté cada uno de los dos, sí llega la osadía de la cultura. La mía. La nuestra. Y al llegar a su lado, preguntarles qué piensan sobre toda esta peste y sus gentes obedientes y sus ruedas de prensa diarias, y sobre cómo hemos convertido la paridad de euros en pesos a los muertos por cifras de muertos. Qué piensan sobre este toreo amagado, estático, perseguido, maniatado, este toreo a jirones. Qué piensan nuestros muertos de nuestra actual vida. La respuesta no es publicable.

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