Diario del Estado de Alarma (Día 32): ‘Contra la tentación de perdernos’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia


Somos tiempo y espacio. Tiempo para que nos pasen cosas y espacio para no nos pasen todas de golpe. Todo de golpe no cabe. No caben ni los muertos ni las desesperanzas que hacen cola reclamando su atención. Los hombres, las mujeres, se han de hacer uno a uno y despacio. Se ha de crecer despacio, torear despacio, hablar despacio, escribir despacio. Yo me hice en esto contemplado despacio a una generación de toreros grandes. Eran, vivos, literatura andante. Muertos algunos, leyenda. Un día como hoy de la España de 1953 nacía Manzanares.

La década se había iniciado con Matías Prats narrado el gol de Zarra y con el debut de El Talgo. Un año antes de nacer, se suprimieron las cartillas de racionamiento en una España hambrienta por todos los poros de su piel. Era un país aún en color sepia que aspiraba al blanco y negro. José María Dolls Abellán traería al toreo el color. Siendo un torero de blanco y negro en la estética más clásica, trajo el color a un toreo carente de eso que, al hablarlo, lo hacemos frotando levente las yemas de los dedos. Que, como bien se sabe, es la parte del alma con la que se torea.

‘Tenía Manzanares un “tempo” o una pauta, un compás, que requiere ahora este espacio tan lleno, tan amontonado, tan rebosado que pide a gritos el temple que se nos niega’

Y uno piensa qué habría pensado de la peste Manzanares. Este torero, penúltimo en bohemia, primero en entrarle a la noche y el último a su salida, de natural guapura, de despaciosa insolencia y con una ironía de cámara lenta, se habría fumado un cigarrillo más y hubiera tomado la que cae reclamando tiempo y espacio. Cordura cabal. Tenía Manzanares un “tempo” o una pauta, un compás, que requiere ahora este espacio tan lleno, tan amontonado, tan rebosado que pide a gritos el temple que se nos niega.

Fue ese brillo, Manzanares, de una grandiosa generación de toreros maltratados en su espacio y en su tiempo y no muy recordados hoy.   Aprendieron a torear con un tipo de toro y en la madurez, se encontraron con que el toro se lo habían subido cuatro palmos y doscientos kilos. Y encima se paraba. Y luego se caía. Porque, como ahora, el espacio se llenó de urgencias, de exigencias que fueron intransigencias. Había que ser muy buen torero para cambiar el paso, el peso, el volumen y lo que fuera sin abandonar la idea de cómo se torea.

‘Y ahora resulta que hemos de aprender de nuevo a torear. Torear la vida, las relaciones, los trabajos, las estrecheces. Casi comenzar una nueva Tauromaquia con los restos del naufragio que nos queden’

Me viene al recuerdo Manzanares porque compartió presente con muchas figuras de ahora. De antes de la hora, pero los genios a su aire nunca tuvieron hora. Hoy podría ser ese torero alrededor del cual se sentaron los toreros para saber qué es ser torero. Entre otras cosas, Manzanares fue un bien hablado en toros y una especie de libro abierto en cada tentadero. Y esa suerte tuvimos algunos, la de escucharle y verle en el campo.

Parece que el bicho atrae a la melancolía, pero el rastro de Manzanares está tan cerca que se roza con los dedos aún. Domínguez, Espartaco, Capea, Robles,… No se parecían en nada y en un todo: vistos de espaldas, o eran toreros o eran toreros. Tan mal contados todos como tan grandes en la plaza e inimitables en la calle. No es una mitología cercana ni una leyenda a pie de calendario, no. Son toreros de una generación cuasi olvidada que pasaron de torear a un toro a torear a un toro tan distinto que tuvieron que aprender de nuevo a torear.

‘Miremos a Manzanares. Miremos a esos toreros en estos días. Posiblemente, si lo hacemos, no tendremos la tentación de perdernos’

Y ahora resulta que hemos de aprender de nuevo a torear. Torear la vida, las relaciones, los trabajos, las estrecheces. Casi comenzar una nueva Tauromaquia con los restos del naufragio que nos queden. Como en tiempos de peste me da por ser positivo sin saber por qué lo soy, digo que si ellos se reinventaron, el toreo se puede reinventar una y mil veces porque aquí siempre se fue a favor de querencia, pero siempre con el viento en contra.

Del lado de la ausencia, un algo estremece el recuerdo como si faltara algo en estos días y quizá sea eso que necesita el hombre cuando levanta la cabeza y pretende mirar una señal. Cuando uno se perdía por el monte, cerca del pueblo, intentaba subirse a una peña a ver si se veía la veleta del campanario de la iglesia. No había pérdida. Miremos a Manzanares. Miremos a esos toreros en estos días. Posiblemente, si lo hacemos, no tendremos la tentación de perdernos.


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