Diario del Estado de Alarma (Día 84): ‘Apología de la pasión’




Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia.



No fue la pasión quien trajo esta peste, mas bien al contrario. Fue la razón, la ciencia en su estado de soberbia, la que le abrió las puertas. Voces de verso libre apasionado, desde la misma ciencia, alertaron del peligro, y fue la razón de la ciencia, la política de la ciencia y los Estados dueños de la ciencia, los que hicieron oídos sordos. Siempre fui apasionado, cuestión clave, dicen, de mis defectos y mis fracasos. Y sin embargo, ahora la aumento, la proyecto, la amplifico y la añoro.  No hay pasión. Tampoco en el toreo hay pasión en exceso. La pasión es en exceso o no lo es. Y el toreo es el gran exceso victorioso frente a la razón domesticada.  El toreo es animal, no es mascota. Un día, después de ver una corrida, escribí que el toreo es la fiera que no cabe en jaula alguna. Pasión. Leo a Pablo Neruda, la pasión lenta: “Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos”. O eso es el toreo, o no es nada.

No hay muralla más alta ni mejor defendida contra la razón, contra lo científico o lo técnico, que esos sucesos del toreo que se aparecen para sacudir de golpe a toda la sangre del cuerpo. La envenena sin vacuna posible, mata sin que te mueras. Y cuando eso pasa, a la hora de escribirlo, la muralla es inmensa. El toreo protege el milagro de su arte porque es pasión. Y la pasión es orgullosamente celosa de su pasión: no permite otra al lado. Como al lado de una pasión en forma de piel no se admite otra. Escribir sobre esos sucesos de magia del toreo es el ejercicio literario más exigente que pueda existir en el mundo. Unas veces al año, camino del teclado, vas camino del calvario. Siempre pensé que era posible escribir sobre lo vivido con la misma intención con la que el torero dio ese lance, con la mismo resultado pasional que ralentizó un natural o con la misma épica que despreció la muerte frente a la ira de los pitones.

El toreo protege el milagro de su arte porque es pasión. Y la pasión es orgullosamente celosa de su pasión: no permite otra al lado.

Si alguien torea apasionadamente, si alguien con la muleta sobre la yema de los dedos  hace por primavera lo que esta estación hace con los cerezos, uno escribe desde lo inalcanzable. Tu pasión o talento sobre el teclado jamás llegará a acercarse a esa pasión cuyo arte es, insisto una vez más, superior en grado máximo al de cualquier cuadro, escultura, obra literaria o poema. Yo he visto a varios toreros empequeñecer a Neruda, a Picasso, a Velázquez. Sus pasiones no alcanzaron nunca a hacer a los corazones lo que la primavera hace con los cerezos.

Soy un declarado, enfermizo, insolvente apasionado y lo soy de forma tan consciente como irremediable. Y es que, además, si me regalan la pócima que calme mi pasión y la dote de razón, la vierto en un vertedero. Pero siento que la pasión en el toreo va camino de recorrer el mismo camino que ha recorrido en lo social común: alcanzar el estado de decadencia. Y, al relance, la emoción se declara en estado en quiebra. El toreo ha alcanzado cotas tan razonables de razón que lo hacen irreconocible. Todo es una huida del fallo, del error, una ausencia de osadía, una educación hiper actuada manifiesta en manifestaciones, una muleta mil veces donada, una declaración dirigida a lo correcto, una disciplina de formas y fondos destinada a que la sociedad no me vea como soy, sino que me acepte como no soy. Un hastag. Un twitt. Un selfi sobre mi cornada. Un censurar la sangre. Un que no se vea la herida por desagradable. Una reunión más. Una corbata. Una llamada al orden. Un no estoy cuando debo de estar en primera fila.

Yo he visto a varios toreros empequeñecer a Neruda, a Picasso, a Velázquez. Sus pasiones no alcanzaron nunca a hacer a los corazones lo que la primavera hace con los cerezos.

La pasión no es el mal modo o la educación puesta en el barro de lo soez. Pasión es la libertad sin más amo que yo mismo, si lo que quiero es que la flor siga saliendo en cada rama de cada cerezo. Pero al toreo le interesa más la razón práctica de la cereza en la mesa que el milagro, la magia, lo indescriptible de la flor. Camina el toreo a ser collera de frutería hacia el gran sabor de la cereza. Y hablar de cerezas es hablar de nada y de todo y de lo que se puede describir y escribir en un teclado sin sensación de derrota, sin miedo a no estar a la altura de ese cielo entramado de colores de algodón rosa que es el cerezo en primavera.

 Cierto. Nada es rentable en lo que florece. Dura lo que duran esos tres naturales por debajo de la pala del pitón de los que sale el toro con la velocidad del caracol. La pasión del toreo es el efecto físico químico que consiste en otra primavera: desde lo despacio, hacer florecer un huracán. Desde la pasión de lo íntimo, lo ralentizado, lo reunido, provocar una tormenta de pasiones desatadas, sin amo, sin norma, sin ley, sin partidos ni gobiernos, pura libertad sin cadenas. Me pregunto por la razón de la mala fama de las pasiones, de mis pasiones, causa y efecto de todos mis errores y de ninguna virtud. Porque el arte, como el toreo, lector, es sólo el error de la razón. Un descuido de lo razonable, una rendija que deja lo predecible y lógico para que por ella escape la marabunta de los deseos. Es decir, la maravillosa, incombustible y grandiosa razón para vivir. Que mal sabor ha de tener para el gusano el cuerpo alimentado sin la montanera montaraz de la pasión.

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