Diario del Estado de Alarma (Día 83): ‘Residencias de perros en casetas de ancianos’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia.



Me estoy haciendo viejo. No siento achaques ni disfunciones interesantes, mi físico me trata con bastante decencia. Hasta ahora, en un careo frente al espejo, aguanto el tirón. Pero resulta que ahora, mano a mano conmigo mismo, me encuentro con las ideas que siempre tuve. Y han caducado. Las busco alrededor y no están en el mundo. Nací cuando los ancianos no iban a residencias de ancianos, misma época que cuando el perro habitaba en una caseta para perros. Los ancianos no se llamaban ancianos. Eran el tío tal o el abuelo cual. Los perros tenían el nombre necesario, que es el nombre que jamás se pondría a un hijo. Porque soy de una generación donde nacían niños que ya no nacen y cuando los nombres de los hijos no se arrojaban a los perros. Definitivamente, me hago mayor.

O puede que sea al revés. Que este mundo y este país se haya vuelto anciano. No abuelo. Sólo viejo. Un mundo viejo, arrugado, sarmentoso en su alma. Un mundo que jamás deseó ser niño, adolescente, joven, enamorarse, caer, levantarse, enfermar, curarse, leer, escribir, ver toros, ver arte, pensar, preguntarse, responderse. Un mundo para decir “abuelo” a compás del gesto de pasar las yemas de los dedos por los surcos de la vida de su rostro. Un mundo sin cuentos para contar a los perros, sino a los niños. Pertenezco a la generación que ayudó a hacer España. Un país reconocible, natural, progresista, amable, culto y libre.

‘La cultura que esta generación dice que es cultura es insultantemente inculta, absurdamente inculta, paniaguadamente inculta, antinaturalmente inculta, palanganeramente inculta, recurrentemente ocurrente, superficial, hortera, casposa’

No pertenezco a una generación que necesita enviar a las residencias de ancianos a 330.000 seres humanos, datos del Gobierno en 2019. Unos 100.000 más que hace una década. La misma que, en el mismo tiempo, hizo de España un país estéril con un índice de natalidad negativo, la misma que bautiza a 20.000.000 de mascotas en felices datos oficiales, la misma generación que admitió pobreza extrema humana y que hace convivir colas de hambre con una estructura presupuestaria millonaria para el llamado “bienestar animal”. No pertenezco a esa generación ni quiero pertenecer a ella. La rechazo, la repudio. La desconozco. La padezco.

Es una forma de decirme que mi ser obsoleto es, quizá, el único síndrome posible de mi ser culto. Si es que en algo lo soy. Pero afirmo en cada mano a mano conmigo mismo que este país lo era. Culto. No tengo razón genética para ser aficionado al toreo sino es por la cultura de un país excepcionalmente culto. Observo ahora una sociedad que tiende a cierta barbarie. Y me atrevo a decir que el toreo, en su extensión más extrema, incluida su natural carga de sangre, es el resto único de la cultura de este país. Y me atrevo a decir y debatiría con quien fuera que la cultura hoy es sólo entretenimiento para hacer cerebros enmarihuanados, epsilones, clones de clones, sensibilidad de atrezzo.

‘Me atrevo a decir y debatiría con quien fuera que la cultura hoy es sólo entretenimiento para hacer cerebros enmarihuanados, epsilones, clones de clones, sensibilidad de atrezzo’

La cultura que esta generación dice que es cultura es insultantemente inculta, absurdamente inculta, paniaguadamente inculta, antinaturalmente inculta, palanganeramente inculta, recurrentemente ocurrente, superficial, hortera, casposa. Cultura ocio, cultura adormidera, más que nunca pan y circo. Cultura no pensar, cultura no leer, cultura no preguntar, cultura residencia de ancianos, cultura no niños, cultura si perros. Yo hablo de mi cultura, de la cultura, de lo que hizo culto a la humanidad y a este país, la que, desde un barbecho de educativa tolerancia, nos abrió las puertas de la reflexión, nos provocó emociones y sentimientos, hizo que un pañuelo al viento fuera el mismo sentir que el pañuelo al viento de al lado. Yo hablo de un país desde el toreo. Lo único culto existente. Y resistente.

Qué coño importa si un tal Uribes, un tal Iglesias, un tal quien sea salido de la tómbola del usufructo de la incultura, dicen que no soy culto. Cada vez que me miro al espejo veo a una generación de gentes que apoyaron la libertad sexual, la de credo, la que puso a la mujer en el camino de la igualdad, la que sujetó a la democracia, la que hermanó a dos bandos en pie de guerra, la que hizo una España donde habitaban dos Españas que se odiaban. En el espejo se refleja también la España de los que han usado todos esos logros de nuestros padres y abuelos para su negocio, odio, poder y ambición. La España de las casi 400.000 plazas cementerio de elefantes, residencias para ancianos, perros familia, abuelos residentes, casetas de ancianos. La España sin abuelos pero con viejos, la España sin niños pero con perros, la España sin toreo pero con cultura. ¿Sabéis una cosa? Que se vayan a tomar por el culo con su cultura y con todo.

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