Diario del Estado de Alarma (Día 80): ‘Receta de un plato de caracoles’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia.



El primero que se comió un caracol no fue un excéntrico gourmet, ni un bio pensante. El primero en comerse un caracol fue un tipo que tenía mucha hambre. Los caracoles salen después de la lluvia. Cae sobre Madrid una hermosa tormenta con sus ruidos y sobre ellos y su agua a trompicones, los gritos de los niños, siempre tan valientes bajo la lluvia. Al día siguiente verán caracoles en esos trechos de verde llamados parques que aún tiene la ciudad. ¿Qué es? Un caracol. Un caracol es eso que sale en los libros del cole. Es un animal lento, con el alquiler a cuestas, mudo y muy sensible al tacto. Dicen que hay más de treinta recetas para cocinarlos, aunque jamás los he probado. Del caracol me interesa su inmediato anterior: la lluvia. Como de toro me interesa su inmediato anterior: el hombre.

¿Cuántos españoles saben a qué huele una oveja? ¿cuántos sabrían diferenciar en un monte a un lobo de un zorro? ¿Qué porcentaje de los niños de Madrid hasta los diez o doce años saben que es una alpaca o bala de paja o si eso que salta es liebre o conejo? Si ya las cigüeñas no son las que traen niños, ¿qué coño es una cigüeña? Un paseante por el campo correría el riesgo de tratar de decirle hola a una vaca brava al pensar que no lo es. El mismo riesgo que un tipo que va a por setas sin saber diferencia la que mata de la que alimenta. Lo natural que hasta no hace tanto estaba al alcance, que no necesitaba ser explicado, ya no lo es. No lo es y como lo es, tampoco necesita explicación.

Cómo vamos a pedir que una sociedad nueva que apenas sabe qué es una cigüeña, sepa, admire, apueste, valore los efectos de la crianza del toro bravo.

Cómo vamos a pedir entonces que una sociedad nueva que apenas sabe qué es una cigüeña, sepa, admire, apueste, valore los efectos de la crianza del toro bravo. Las nuevas generaciones de españoles no saben las vocales de la naturaleza. Tienen dos formas de acceder a ella y las dos desnaturalizadas, humanizadas: dibujos animados o similar representación y lo que aparece en los parques de la ciudad. Los primeros son la antípoda de lo natural. Lo segundo es la perversión de lo natural. Paloma no es igual a qué linda, sino, tantas veces, igual a plaga.

Si este es el panorama visual de la naturaleza en la sociedad nueva de casi un 85% de la población no rural, podemos deducir fácilmente que dos cosas. Una, que la mayoría de los españoles, y más en las nuevas generaciones, no saben nada del mundo natural y/o animal. Y, dos, que, en consecuencia, al no tener ni idea, se les puede llenar ese vacío con un mensaje “animalista” o “mascotista”. Y ese mensaje es el que dice que un perro de ciudad es ecología, que el toreo es maltrato animal, que un caracol es lo que salía antes en un libro de texto.

Las nuevas generaciones de españoles no saben las vocales de la naturaleza. Tienen dos formas de acceder a ella y las dos desnaturalizadas, humanizadas: dibujos animados y lo que aparece en los parques de la ciudad.

Pero resulta que hay cosas que aún se rebelan contra lo no natural, contra la perversión de lo no natural. Puede que esta peste no sea otra cosa que la respuesta al soez trato social con el mundo natural. No hace tanto que los españoles comenzaron a ver en la tele a esa España que le daba de comer y que desconocían. El que cría la oveja, la vaca, el ternero, el conejo, la gallina, el que siembra y el que cosecha y el que aún sigue rezando para que llueva, y que llueva bien, y que no granice, y que no hiele y que salga el sol.

Las ideas de la cultura de ciudad, medio políticas y medio negocio, campan a sus anchas porque nadie se pregunta por qué no emigra la cigüeña o por qué ya no hay gorriones en nuestros parques sino palomas y urracas. En el lugar de esas preguntas han introducido otras ideas infalibles como el maltrato animal en una plaza de toros y el bienestar animal por encima de cualquier idea de humanismo social o incluso de equilibrio entre animal y hombre.

Posiblemente en breve, si no es ya mismo, la crianza del toro bravo sea un reducto más de la Tauromaquia. El penúltimo bastión de una forma de buen trato, del trato ecológico, del trato medio ambiental, del trato de equilibrio en relación de especies. Y, en un ejercicio de futuro, creo que dentro de nada, esas ganaderías serán esenciales para recuperar los conocimientos del trato natural con la naturaleza, el humanismo frente a la distopía animalista. Mucho más que un desastre ecológico, la desaparición de la dehesa de bravo sería la hecatombe de una cultura, el final de un mundo. Un mundo con final jamás tiene un sustituto y después de ese mundo no hay otro.

La ciudad y su cultura no pueden impedir que llueva. No pueden prohibir al caracol. Y siempre habrá quien pregunte qué es ese bicho lento y silencioso cuya despaciosidad es la envidia de todos los vuelos de todas las muletas.


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