Diario del Estado de Alarma (Día 82): ‘El toreo no tiene miedo a morir, sino a que lo maten’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia.



Puede que sea cierto, que exista una arqueología de la basura. Dime qué tiras y te diré quién eres, qué comes, bebes, calzas, vistes, limpias, en qué espejo te mirabas antes de que se rompiera. La arqueología de la basura podría ser hoy ese enorme deshecho que consiste en todo lo que dijimos e hicimos y que, analizado detalladamente, fue sólo hecho para ser basura. La mentira hecha sólo para ser mentira, no por ser incapaz de ser verdad. La arqueología moral moderna del ser humano se podría analizar con artesanal exactitud mirando los contenedores de los residuos de nuestras promesas. Que no es que no cumplieran porque no pudimos, sino que se prometieron con la promesa de ser incumplidas. Miremos en nuestros enormes vertederos y hallaremos que lo único en el mundo cuya basura sólo se compone de un digno fracaso es el arte, la cultura, y, sobre todo, el arte del toreo.

En el vertedero del toreo no hay otra cosa que los restos del fracaso más heroico. El más desinteresado. En realidad, es un sumidero de sueños sin defectos al ser soñados, pero defectuosos al hacerlos reales. Una cornada. Un no puedo aunque quiera. Esa tarde que tuvo que ser y no fue. Un ego, un error, una propuesta que sólo era arrogancia, un flamenquismo que no era arte sino postureo. Eso está en ese vertedero del toreo que, bien mirado, es nuestra arqueología. Dice tanto de nosotros lo que sirve y permanece, como lo que se deshecha en el camino. Es tan arqueología del toreo José Tomás como ese desconocido que llegó al fracaso a través de un sueño que la realidad tumbó en el primer asalto.

‘La peor mentira es la de negar con mentira insistente una verdad. Que el toreo, antes que nada, mucho antes que nadie, es cultura. Porque quien lo niega es, precisamente, el fabricante de mentiras que encontramos a la noche en su bolsa de basura’

En esa bolsa de despojos que dejamos a la puerta de cada casa para que las recoja el camión del olvido, hay una hermosa basura plena de verdad. En el arte no es suficiente la verdad, sobre todo porque los sueños nunca son falsos. Pero si miramos los residuos de otras gentes, hallamos una inaudita moral. Las bolsas están repletas de mentiras lanzadas como verdad. De fracasos por sueños que nunca fueron soñados, sino pensados, ideados, estructurados para mentir, engañar. La bolsa de basura de un novillero está llena de una verdad casi melancólica, blanca, transparente, una basura inocente. Nada de lo que dijo o hizo ese día no era verdad, aunque no la cumpliera. Se trataba de una verdad no alcanzable. Pero lo era.

Yo leo a la noche los diarios de noticias ya caducadas, a punto de ser basura, y encuentro una mentira certificada por la nueva noticia, que la contradice, la especifica como mentira. Marlaska. Por ejemplo. Podemos y las puertas giratorias, por ejemplo. En ese detritus no hay, de verdad, ni la intención de ser verdad. Fabricamos mentiras a sabiendas de que lo son. Y la mentira más grande de este tiempo, no es esa donde hoy prometo que es blanco por la gloria de mi madre y mañana se jura negro por la del padre. Esa es tan indecente como visible. Es una mentira que no engaña. La peor mentira es la de negar con mentira insistente una verdad. Que el toreo, antes que nada, mucho antes que nadie, es cultura. Porque quien lo niega es, precisamente, el fabricante de mentiras que encontramos a la noche en su bolsa de basura.

‘El toreo no tiene miedo a desaparecer, sino a que lo prohíban, de la misma forma que un artista no tiene miedo a no serlo, sino a no ser admitido como tal. El toreo, considerado como la suma histórica de los toreros, está lleno de desaparecidos’

Hemos logrado lo inverosímil. Que desde una fábrica de mentiras se mantenga una verdad falsa. La que dice que somos torturadores, asesinos, inmorales, retrógrados, caspa y zafiedad. Porque no hay nada más falso que dejar en manos de los falsos la verdad. No hay nada más falso que permitir que el mentiroso diga que nosotros somos mentira, que eso de que el toreo es cultura es una mentira. Otra cosa sucedería sin quien lo afirma dejara sus bolsas de basura repletas de sueños inconclusos, sacrificios fracasados, intención de verdad, repletas de verdades imposibles. Pero la arqueología moderna de la basura retrata a nuestro verdugo como el rey de la mentira, el fabricante de falsedades, el estratega de nuestro sufrimiento, el provocador de nuestra persecución.

El toreo no tiene miedo a desaparecer, sino a que lo prohíban, de la misma forma que un artista no tiene miedo a no serlo, sino a no ser admitido como tal. El toreo, considerado como la suma histórica de los toreros, está lleno de desaparecidos. Aparecieron y desparecieron y sólo algunos se mantuvieron. El toreo podría desaparecer si un día su presente sólo está compuesto de los desaparecidos, de los que no llegaron, de los que no accedieron al corazón ni a la sensibilidad ni al alma o latir de las gentes. Una posibilidad natural que sólo es posible dentro del arte, de la propia cultura, que desaparece cuando ya no sirve a los corazones y sus emociones. El toreo no tiene miedo a morir, sino a que lo maten.

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