Diario del Estado de Alarma (Día 9): ‘Un hombre susurra que es torero’

Análisis de la situación nacional y de la Tauromaquia





Al pie de la escalera de los 88 años, un hombre de edad activa su instinto por enésima vez y aplica a su cuerpo todo aquello que hizo en su edad más potente. A la vera de los 90, un hombre mece el aire con movimientos de nana, con una armonía que parte del cariño y cuidado que siente por lo que es. Movimientos que son la radiografía de su corazón, el retrato desnudo de su alma y la dignidad del paso jamás estéril del tiempo. Un hombre es mucho. Y si a la grupa montado va un torero, es una aventura de conquista de todo y de nada. A la vera de los recuerdos, un hombre insiste en decirse, en contarse, en narrarse, en susurrarse al oído, que es torero. Andrés Vázquez. Óle tú. Óle ese hombre.

     Una pasión te ocupa la vida antera. Y todas las vidas. Una pasión como el toreo es serlo hasta siempre. Me dice José Miguel Arruego, periodista, que una cosa es torear y otra ser torero. Y sólo puedo entregarle la cuchara. Aunque dudo que quien no sea torero pueda torear. Quizá haga algo que se confunda en este ecosistema de capotes y muletas con el toreo. Pero ¿qué es torear? Torear es eso que ven hacer a Andrés Vázquez. Eso es torear si se es torero hasta el último hueso, hasta la última célula. No se necesita más que a uno mismo para ser poeta, escritor, amante, torero. No se necesita ni dinero, ni éxito ni palmas desde la grada. Ni se necesita toro para torear ni público ni éxito ni taquilla. No se necesita si la pasión nos ocupa la vida entera.

     Si la vida queda chica. Si la vida tiene cinco tallas menos que nuestra pasión, nada se necesita. Ay de quien no tenga pasión. La pasión del toreo es explicar el hombre al hombre. Yo, que no soy escritor, sólo escribo porque tengo vocación al insomnio. Algo muy recomendable en tiempos de peste, pero no explico nada a nadie. El toreo sí. El toreo no tiene porqué terminar en un gran palacio o finca. El toreo tampoco se mide en hectáreas o locales o inversiones en asfalto o piedra. En Villalpando, provincia de la Zamora vacía, hay un hombre que lleva siendo torero 88 años. Sin palacio para pasar la peste.

     Hay una dignidad, una hombría, una verdad, una fe, una entereza, una pasión irrenunciable en Andrés Vázquez en este vídeo que debería ser de obligado visionado por todos. No sólo por los toreros. Esta gente es la que salva a un país de sí mismo. Esta gente sin palacio para la peste, mano delante y otra detrás, con ningún aval bancario más que el de su gloria grande, provoca admiración, respeto. Llanto quizá. Pero ese llanto de saber que en el mundo aún queda esa gente que simboliza más que nada en el mundo que la vida merece la pena vivirla.

     Vemos vídeos de toreros que se han ganado justamente estar ahora confinados en muchas hectáreas y buena casa. Otros estarán confinados en pocos metros, con los dedos como huéspedes y las muñecas rígidas, soñando, no con una plaza, ni con una vaca, apenas con una tapia. No se sientan menos toreros por ello si lo son.

     Dentro de esta paranoia que el fondo sólo consiste en el fin de la soberbia, de una sociedad soberbia, esta histeria sanitaria que nos recuerda que la tierra regresa a la tierra, lo de Andrés Vázquez es más que una lección de pasión: es una lección de vida. Lección anónima. Sin focos. Callada. Despaciosa. Humilde. Inigualable lección de torería. Andrés, un personaje salido de un libro de Antón Chéjov: “Cuando pienso en mi vocación, no temo a la vida”.

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