Fernando Flores realizó una faena entonada al tercero de la tarde, el novillo de su presentación en Las Ventas. Solo el desacierto con la espada le privó de pasear un premio. La novillada de Dolores Aguirre, en su regreso a Las Ventas tras seis años de ausencia, tuvo buena condición en líneas generales. Javier Marín salió al tercio a saludar en el segundo, con división en el tendido; y Miguel Maestro escuchó pitos en el primero y fue silenciado en el cuarto.
Despegado del suelo y estrecho, el tercero fue protestado de salida. Manseó en los primeros tercios, arrollando, pero luego aguantó en la muleta, lo que le permitió al debutante Fernando Flores relajarse y torear con soltura, con la facilidad de que el novillo se abría en los vuelos de la muleta. Hubo un cambio de mano para resaltar entre una faena notable que iba camino del premio. Pinchó en dos ocasiones y a la tercera la estocada le hizo guardia. Con el sexto, el animal de peor condición, resultó volteado sin consecuencias. El novillo, reservón, se recostaba en los muletazos. Lo mató de metisaca.
El saludo genuflexo con el capote de Javier Marín al segundo, noble y con recorrido, demostró las ganas del navarro. El inicio con la muleta, de igual manera, también apuntó alto y hubo varias series estimables. Cerró con manoletinas citando de lejos y hubo división en el saludo tras el estoconazo algo trasero. El quinto fue bravo en varas y empujó con los riñones. Se gastó mucho en el peto y llegó a la muleta con poco fuelle y una embestida rebrincada. El novillero insistió sin posibilidades bajo el reproche del público.
El melocotón que hizo cuarto, estrecho y algo zancudo, fue manejable. Miguel Maestro comenzó la faena de muleta con el cartucho de pescado para dejar naturales que no terminaron de conectar con los tendidos. Abrió plaza un novillo bien hecho, bajo y serio, que embistió por dentro y sin ritmo fijo. Trató de sacarlo del tercio pero el animal respondió peor. Tras una labor desestructurada, la estocada recibiendo hizo guardia.
Ficha del festejo:
Miguel Maestro, pitos y silencio
Javier Marín, saludos y silencio
Fernando Flores, saludos tras aviso y silencio
Pocas artes encierran tantas supersticiones y manías como el toreo. Los toreros se aferran a imágenes y símbolos buscando protección y suerte. Cristos, Vírgenes o símbolos más laicos, como simples ajos o monedas, han acompañado desde siempre a quienes se juegan la vida en la plaza. Aun así, muchas veces ni el más sagrado de los iconos ha podido terciar para salvar la vida del torero. Y en muchas de las ocasiones que el albero se ha teñido de sangre humana, algo extraño ha precedido al momento fatal. Algo que la gente del mundillo taurino ha tachado de inexplicable, de anómalo e incluso de maldito. Dicen los entendidos que el torero nace, no se hace. En un arte tan antiguo, en el que el hombre se juega la vida frente a una bestia, la buena o la mala suerte, la fe y la superstición desempeñan papeles decisivos, tan importantes como la destreza del matador. El fervor es tal que desde siempre las estampas e imágenes religiosas han acompañado al matador, incluso en el trascurso de
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