Segundo Encierro de San Fermín: dos corneados y 10 heridos por los Escolar



No hay dos sin tres; por tercer año consecutivo en los Sanfermines 2017, un toro de la ganadería de José Escolar se detuvo en seco en el primer paso de cebra de la Cuesta de Santo Domingo, a pocos metros de la salida, y decidió que ahí acababa su carrera. Lo tuvo claro. Dio media vuelta y enfiló el camino a los corrales, esta vez en el de los cabestros escobas, que salieron de su escondite asombrados y asustados ante un visitante tan inesperado. No fue fácil convencer al animal de que siguiera la estela de sus hermanos; desorientado y perdido, decidió finalmente pegarse a sus nuevos amigos y dejarse llevar hacia la plaza.
Para entonces, ya habían transcurrido más dos minutos desde el comienzo de la carrera. De hecho, cuando el grueso de la manada gozaba ya de la tranquilidad de los corrales, el sexto aún trataba de subir con evidente desgana los primeros tramos del trayecto entre el desconcierto, el desconocimiento y el susto evidente de la mayoría de los corredores quienes, entre tantos nervios y con la tensión a flor de piel, no tuvieron tiempo de contar el número de toros que pasan delante de sus ojos.
Cuatro minutos y tres segundos marcaba el cronómetro cuando el toro rezagado llegó al ruedo; allí fue recibido con todos los honores, con un pasillo de cientos de corredores, que lo esperaban con los brazos abiertos para poder respirar finalmente con la tranquilidad del deber cumplido y los toros en los corrales.
Toros de José Escolar Gil durante el tercer encierro de San Fermín 2016.

Atrás había quedado una carrera muy peligrosa y emocionantísima, —el primer parte médico hablaba solo de dos heridos por asta de toro— protagonizada, primero, por cinco toros cárdenos, lanzados a toda velocidad por un recorrido plagado de mozos, como suele suceder en fin de semana.
Esos cinco toros tomaron la cabeza de carrera desde que se abrió la puerta de los corrales y barrieron de corredores la parte central de la calzada y las aceras. Así se sucedieron atropellos y caídas hasta la llegada a la plaza del Ayuntamiento, donde un mozo fue arrollado, arrastrado y pisoteado espectacularmente por la manada.
Mientras el toro rezagado dudaba sobre el camino a tomar y buscaba sin suerte a sus hermanos perdidos, la calle Estafeta, convertida en una bulla de Semana Santa sevillana, se tornaba en un escenario de toros en tropel, preciosa carreras, costalazos varios y la evidente constatación de que los toros corren más que los mozos por muy jóvenes y preparados que estos lleguen a Pamplona.
Notaron los animales el esfuerzo y redujeron su marcha en el tramo de Telefónica ("¿alguien sabe a dónde nos llevan?"), hasta alcanzar el túnel de entrada a la plaza, y los toros respiraron al entrar en lo que pensaban que era la dehesa de sus amores.
"No cierren que nos falta uno", y ese uno aún estaba en la Cuesta de Santo Domingo, perdido entre el asfalto, los tablones de madera y los bueyes, a los que acababa de conocer y no le ofrecían la más mínima confianza.
Al final, corrió adelante —llegó a la conclusión de que no le quedaba más remedio—, aguantó el tipo con la mirada baja, permitió el lucimiento de humanos con variedad de atuendos y llegó a la plaza en olor de multitud. Y esa sí que fue una auténtica sorpresa para este toro perdido y felizmente hallado.

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