La figura de Manolete, del que el Martes 4 de Julio se cumplio cien años de su nacimiento, ha traspasado las fronteras de lo estrictamente taurino. Su magnética personalidad, su gloriosa trayectoria en los ruedos y su dramñatica muerte en Linares, le convirtieron en un mito, y así sigue en la memoria colectiva de los aficionados. Manuel Rodríguez es el torero sobre el que más libros se han escrito (Cerca de doscientas monografías y numerosos artículos). además de filmarse algunas películas. Y como torero, manolete fue el precursor de muchas de las formas técnicas y estéticas que predominaría en la tauromaquia contemporámnea.
Pocas artes encierran tantas supersticiones y manías como el toreo. Los toreros se aferran a imágenes y símbolos buscando protección y suerte. Cristos, Vírgenes o símbolos más laicos, como simples ajos o monedas, han acompañado desde siempre a quienes se juegan la vida en la plaza. Aun así, muchas veces ni el más sagrado de los iconos ha podido terciar para salvar la vida del torero. Y en muchas de las ocasiones que el albero se ha teñido de sangre humana, algo extraño ha precedido al momento fatal. Algo que la gente del mundillo taurino ha tachado de inexplicable, de anómalo e incluso de maldito. Dicen los entendidos que el torero nace, no se hace. En un arte tan antiguo, en el que el hombre se juega la vida frente a una bestia, la buena o la mala suerte, la fe y la superstición desempeñan papeles decisivos, tan importantes como la destreza del matador. El fervor es tal que desde siempre las estampas e imágenes religiosas han acompañado al matador, incluso en el trascurso de
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