especial 100 años del nacimiento de manolete (Parte 2) (Su gente y el entorno)

     Manuel  Rodríguez tuvo siempre presentes a sus amigos y allegados. Son muchos los que aspiran a la amistad de Manolete, aunque pocos y selectos, los que lograron ser amigos de Manolo.
     Sus primos, los hijos del banderillero Manuel Saco de Leon "Cantimplas", fueron los primeros compañeros de niñez junto con Domingo Roca,  uno de los mejores amigos de Manolete. Para muchos , el único. Camarada de aquellas primeras aventuras taurinas y amigo inseparable en los días de tentaderos, el cual logró que Manolete fuese incluido en el espectáculo taurino de Los Califas.
     Otro de los inseparables a quien apreciaba y tenía en gran consideración fue su compañero de los Salesianos Rafael Sánchez "El pipo", el cual le siguió por todas las plazas de Españas, logrando ser un ingenioso empresario y apoderado descubridor de nuevos valores.




     Ya como figura de la tauromaquia, entre la confraternidad más cercana apreciaba con gran sentimiento a Manuel Camacho, al Conde de Villapadierna, a Álvaro Domecq, a Perico Chicote, a Pepe Berard -primer Manoletista oficial junto a Ramon Herrera-, a los periodistas Antonio Bellón  y Ricardo García "K-Hito", entre otros. Con todos ellos, Manolo se sentía cómodo en sus largas pláticas y confiaba asuntos de su vida privada.

     A los profesionales de su cuadrilla, a los que Manolete consideraba y trataba como si fueran familia, por orden de afinidad estaba en primer lugar José Flores "Camará", espada que se había retirado en 1926 y dedicado a los negocios de empresas en la plaza de Córdoba y provincias y, que, en 1937, reclamado por su hermano político de Manolete se interesa por el muchacho, llegando a un acuerdo verbal como apoderado y director artístico. Desde aquel momento, Manolete le fía toda su carrera taurina a Camará, hombre de gran destreza en los negocios taurinos y hábil negociador con los empresarios. Primero, como torero, comenzó a perfilarle la personalidad, le aconseja y le guía, le orienta y le alecciona con su experiencia. Este año alternan juntos en varios festivales y corridas mixtas, en la que aprovecha para limar las aristas del incipiente aprendiz. Manolete, a su vez, ecomienda su porvenir a los propósitos de su apoderado en el que había depositado toda su confianza y a quien, incluso, llegó a considderar como un padre. Cuántas veces se le oyo repetir "¡De tal cosa se hará lo que diga Pepe, si le parece bien!".
     Camará" llevaría consigo una revolución. Dio la vuelta a todo el montaje taurino que venía de los mandones de siempre: los ganaderos y los empresarios. Hizo posible que el toreo fuera único, principal y fundamentalmente protagonista de la Fiesta. Pepe Flores demostró que no soló se salió con la suya sino que, además, escaló las más altas cumbres del toreo contemporáneo. Se convierte en su consejero, habla por él, negocia los contratos y encarece el caché del matador en proporción a la altura del toreo de lujo de Manuel Rodríguez. Si Manolete es el torero que más dinero ingresa en las plazas de toros, Manolete, según la filosofía de Camará, debe ser el que obtenga honorarios más altos.


     Con habilidad sitúo a Manolete en lo más alto, al tiempo que entre ellos se consolida una plena identificación. El toreo triunfa en las plazas y el apoderado arrasa en los despachos. Se instala en el Hotel Victoria de Madrid -su particular oficina- para recibir a los principales gerentes de la plaza de España. Las dos figuras se complementan. Camará aparece siempre junto al torero entre barreras, tutelar, vigilante y presto a cualquier insinuación y al provechoso consejo. Manolete tuvo la gran virtud de saber  seguir siegamente sus consejos y procurar correguir en el ruedo aquellos defectos que su apoderado le señalaba por medio del "Idioma de los signos y señas", Especie de gesto entre los dos sin que nadie se enterase.

     En la vida privada, vigilante también, porque sabía que en el toreo es preciso tener en alta estima la conservación física. Once años -período de la fecha fatal- sin perderse entre ambos el afecto y el respeto. Camará ejerció una influencia marcadísima en el triunfo de Manolete durante toda su carrera y se apartó, discretamente de dar al torero consejos de índole privado. Se puede decir que José Flores fue su gran amigo, su mentor, su camarada. Fue todo para Manolete.

     Con Eduardo Bermúdez, ayudante del apoderado en la sombra, tenía Manolete vínculos de verdadero afecto y, a excepción de Camará, fue uno de los hombros que más conoció al torero. Su amistad data de su presentación en Tetuán de las Victorias, cuando su entonces apoderado, José Molina, se lo presentó. Había sido representante durante dos temporadas de Camará, tiempo suficiente para sellar ambos una estrañable amistad. Su labor consistia en ayudar a Pepe Flores en las gestiones administrativs que debido a los desplazamientos no podía atender. A Manolete le interesaba que las cuentas y gestiones estuvieran siemple claras y precisas. Y Eduardo, persona seria  y formal, fue el eleguido para estas cuestiones. Por lo demás su confianza estaba puesta en Camará y en un plano más inferior, en Bermudez.



     Sus cuadrillas fueron lo mejor de lo mejor del cuadro de subalternos a pie y a caballo, por su disciplina, su acomplamiento y su eficacia. Existió siempre una compenetración perfecta entre los hombres de su cuadrilla y el maestro.

     El mozo de espada, dentro del mundo taurino, realizar una labor casi nunca bien apreciada. Tiene el oficio de hacer de todo un poco; puede decirse que desde diplomático, hasta agente de viajes, pasando por sastre. En sus principios Enrique Vasallo fue con él a unas novilladas en Écija en el año 1934. Ese año, de tiempos novilleriles, comienza a servirle como mozo de espadas Curro Molina, un íntimo amigo de los primeros tiempos, a quien consideraba como un hermano,  modelo de devoción y de abnegación, y cuyo breve tránsito por la vida tanto sintió el diestro. Murió sin ver cumplido el gran deseo de ver la alternativa de Manolete. Pasó a ocupar el cargo vacante Guillermo González Luque, de la dinastía de los Camará.

     Al hablar de Guillermo, no se puede emplear el manido tópico de "fiel mozo de estoques", por que fue algo más que un diligente auxiliar de Manolete: era pariente lejano  y amigo. Desde niños estuvieron juntos. Compañero de andanzas taurinas cuando el chaval Manuel Rodríguez soñaba con ser torero. Y Maximo montes "Chino", ayuda de espadas, al que acompañó siempre desde 1942, hasta la funesta tarde de Linares.

     Varios son los picadores que se van alternando en su nómina; en primer lugar le acompaña su paisano Rafael González "Gordoncho", Le siguen Artillero, Catalino, Zurito, Miguel Atienza, cabeza de una de las más ilustres dinastías de picadores de toros de todos los tiempos que picó a las órdenes de Manolete tres temporadas, Luis Vallejo "Pimpi", Ángel Parra "Parrita" y Ramón Atienza.



     Con los subalternos de plata, más que maestro era un amigo, hay que citar a Rafael Saco "Cantimplas" o Pelu, su peón de confianza y primo hermano de Manolete desde 1937 hasta la última corrida vino actuando en su cuadrillña. A este se suma Alfredo David y Antonio Labrador "Pinturas"; con estas tres "figuras" de los de plata se entendía sólo con la mirada o una leve mueca. Otros que llegaron a actuar en diferentes etapas fueron Blanquito, Virutas, Niño de Dios, Carnicerito de Málaga y Gabriel Gonzalez, fue a este último al que le correspondió banderillear a "Islero".

     Los toreros,, por lo general, despiertan un gran poder de sedución. Manolete, algo huesudo de cuerpo, de mirada fija y serena, provoca la atención de las mujeres, traducida luego en admiración rendida. Durante su estancia en América llovieron sobre el héroe las presiones de muchas mujeres. Manolete se mantenía serio y esquivo delante de ellas, para decir más tarde con gracejo: "Las temo más que a los toros...". En sus primeros años de fama pretendió a una muy guapa señorita de la burguesía cordobesa, que lo rechazó pese a sus reiterados intentos. Parece que ese rechazo social encubierto le afectó mucho, sobre todo en los últimos años de su vida. Tuvo no obstante, una relación amorosa, corta pero intensa, con la actriz Lupe Sino (Antoñita Bronchalo), morena de ojos verdes, no siendo bien acogida ni por el entorno profesional del diestro ni por la familia.




   


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