El toreo interior de ANTONIO FERRERA
La gran temporada de Antonio Ferrera prosigue su curso. A las extraordinarias, y ya inolvidables lecciones de Sevilla, y a su no menos importante paso por Madrid, ahora ha sumado la plaza de Pamplona, donde, sin duda, ha cuajado la mejor faena de la pasada feria de San Fermín. La maestría de Ferrera sigue ganando adeptos.
Torear en Pamplona es un doble desafío: el habitual con el toro y el del público, ambos asumidos por los toreros y afrontados según su capacidad y momento profesional. Ocurre además que nadie se llama a engaño. El toro suele serlo a lo grande (en cuanto a fachada al menos) y el público, diferenciado entre la sombra (a la que muchos han llegado por edad y tras pasar por el sol) silenciosa y los tendidos de la solanera, allá donde las peñas se dan a los cánticos (toda la corrida) y la merienda (entre el tercero y el cuarto toro, pero que dura toda la lidia de éste), valora lo que ocurre en el ruedo con criterio sui generis, a tono con el del Palco.
Durante la feria recién acabada se han vivido, gozado y sufrido lances, faenas, sustos, cogidas, glorias o no tanto... lo habitual en una plaza de toros. Pero Pamplona es única y esa singularidad provoca situaciones paradójicas y/o incomprensibles. Como en la corrida del día 13, con Antonio Ferrera como protagonista, uno diría que como victima.
La evolución de la tauromaquia de Antonio Ferrera, consideraciones técnicas y artísticas al margen, no deja de sorprender, aunque si hurgamos en la memoria descubrios que a lo largo de los veinte años de alternativa que ha cumplido esta temporada, ya había dejado pistas de esa decantación ahora cristalizada. La última prueba, en Pamplona.
La lidia de Ferrera al cuarto resultó total, fue ejemplar, desde que se abrió de capa.
Ocurrió en Sevilla, tambien en Madrid, ahora en Pamplona. Capote merecido, lances sentidos, figura encajada, Ferrera maneja el capote con la expresión de los más grandes, tanto en el lance fundamental como en la variedad de suertes.
De aquel Ferrera en el que, al tomar las banderillas, primaba el sentido del espectáculo (carreras, recortes, saltos) al de ahora, dominador de los terrenos, pausado, torerísimo, va el trecho de quien se reconoce en su propia identidad torera. Y el tercio de banderillas a su segundo toro en Pamplona es el mejor ejemplo de ello. En el último tercio, muleta en mano, Antonio Ferrera está en condiciones de discutir supremacías.
Y como de la tarde de Pamplona escribo, cómo no hacerlo del inicio de faena en los medios, pies juntos y muleta plegada en la mano izquierda, entre el pase del fusil de Chamaco y la genialidad de El Pana. Cuando el toro llegó a jurisdicción. la tela roja se abrió para cincelar el natural, prodigio de encaje y templanza. El toreo en redondo siguió la misma pauta, desde la ligazon y el trazo curvilíneo sobre su cuerpo, imantado el toro al compás de unas muñecas de ensueño, quebradas, rotas. Roto el torero, sublimado el toreo, hubo quien dejó de merendar, otros se atragantaron a fuerza de abrir la boca ante el asombro y hasta los del sol hicieron por no perdérselo.
Aún hubo tiempo para un trincherazo refulgente y el toreo al natural con la mano derecha, clavado el estoque de ayuda sobre la arena. Quiso redondear la obra citando a recibir y resultó un pinchazo a toro arrancado. En el refrenado del descabello el toro se arrancó con violencia y lo elevo por los aires antes de caer sobre la arena. Maltrecho, atinó a la segunda y hubo pañuelos,claro, pero el usía de turno quiso llevar la contraria al triunfalismo de otros días y, patosamente, negó una oreja para una obra que, aceros aparte, era de dos.
Sí, Antonio Ferrera había toreado de forma intimista en un escenario que invita a todo lo contrario. No iba a cambiar por ello porque él sabe el camino recorrido hasta aquí y en su casa se reflejaba la satisfacción de quien, desde la durezay los sinsabores, vive ahora su plenitud artística, su esplendor torero.
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