Convocadas por la federación de Entidades Taurinas de Cataluña, y pese al mal tiempo, cerca de dos centenarios de personas se dieron cita en el restaurante La Barca del Salamanca del puerto olímpico de Barcelona, para dar fe que la afición taurina catalana sigue viva y combativa y, al tiempo, tributar homenaje al matador Diego Urdiales y al periodista Zabala de la Serna, jefe de la sección taurina de El Mundo, así como a Fernando del Arco, ejemplo de aficionado y bibliófilo taurino. en un escenario político y social que en lo taurino (pero no sólo) invita a todo menos al optimismo, la FETC y. con ella la Cataluña taurina, volvió a reivindicar, como ya ocurrio en los dos años anteriores su derecho, reconocido por el TC, a vivir la emoción del toreo en su propia tierra, en la Monumental de Barcelona.
Pocas artes encierran tantas supersticiones y manías como el toreo. Los toreros se aferran a imágenes y símbolos buscando protección y suerte. Cristos, Vírgenes o símbolos más laicos, como simples ajos o monedas, han acompañado desde siempre a quienes se juegan la vida en la plaza. Aun así, muchas veces ni el más sagrado de los iconos ha podido terciar para salvar la vida del torero. Y en muchas de las ocasiones que el albero se ha teñido de sangre humana, algo extraño ha precedido al momento fatal. Algo que la gente del mundillo taurino ha tachado de inexplicable, de anómalo e incluso de maldito. Dicen los entendidos que el torero nace, no se hace. En un arte tan antiguo, en el que el hombre se juega la vida frente a una bestia, la buena o la mala suerte, la fe y la superstición desempeñan papeles decisivos, tan importantes como la destreza del matador. El fervor es tal que desde siempre las estampas e imágenes religiosas han acompañado al matador, incluso en el trascurso de
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