Tercer encierro de San Fermín 2018: peligroso, limpio y emocionante

Cuatro mozos resultaron contusionados, dos de ellos con traumatismo craneal


Los toros de la ganadería gaditana de Cebada Gago han protagonizado el tercer encierro de los Sanfermines por las calles de Pamplona.

La ‘mala fama’ de los toros de Cebada Gago -56 corneados en 29 comparecencias en San Fermín- se notó en el menor número de corredores en los primeros tramos del encierro, en la rapidez de la carrera -solo 2 minutos y 33 segundos- y en las numerosas caídas, atropellos, pequeños montones y sustos que se han producido. Pero la noticia de la mañana es que, en contra de la tradición, los temibles toros gaditanos no han dejado heridos por asta y solo se han contabilizado dos mozos con traumatismos craneales y otros dos contusionados -uno, en un brazo y otro, en la cara-, según el primer parte de los servicios sanitarios.
Con el piso seco, el cielo despejado y los coloridos uniformes impolutos, se inició este tercer encierro, cargado de tensión y miedo por la peligrosidad de una ganadería que quita el sueño a más de uno.

Los toros de la ganadería gaditana de Cebada Gago han protagonizado el tercer encierro de los Sanfermines por las calles de Pamplona.

Un cabestro grandote fue el primero que pisó el asfalto de la Cuesta de Santo Domingo instantes después de que sonara el cohete-despertador. Con poco público en ese primer tramo y mucha prisa llegó la manada hasta la calle Mercaderes, donde se produjo un espectacular atropello que derivó en un severo traumatismo cuya gravedad está pendiente de evaluación por los servicios médicos.
Dos mozos detienen su carrera, se dan la vuelta y se encuentran de bruces con un enorme cabestro a la carrera que los arrolla y los empuja con fuerza contra los adoquines; el encontronazo hace que también pierda la verticalidad un toro negro que venía detrás, y al levantarse este empareda a otro mozo junto al resto de la manada que llegaba en ese momento al lugar de los hechos. Todo sucedió en un segundo, tiempo suficiente para que quedara patente que los mozos atropellados necesitarían cuidados sanitarios.
Una mañana más, el liquido antideslizante hizo el efecto previsto y ninguno de los animales resbaló en la curva de Estafeta, donde esperaba la muchedumbre de cada día, y se produjeron las carreras más vistosas, costaladas dramáticas y algunos sustos de esos quedan en el recuerdo para siempre.
Unos mozos, apretados aparentemente contra la pared izquierda, cayeron al paso de la manada y sintieron en sus carnes el frío deslizamiento de unos astifinos pitones, pero sin mayores consecuencias.
La comitiva animal estaba ya completamente rota; un toro negro la abría a toda velocidad, se produjeron pequeños montones, golpes contra el asfalto, algunos atrevidos que se dejaron llegar el aliento toril hasta la misma nuca, y otra caída de dos toros en el tramo de Telefónica, esta vez tras tropezar con un mozo caído delante de ellos, no se sabe si porque se trastabilló o se le aflojaron las piernas al ver los pitones a la altura de sus ojos. No pasó nada, milagrosamente.
Dos minutos de reloj habían pasado cuando el primer animal cruzó el callejón con destino al ruedo, seco y arenoso esta vez y con poco público fuera de los tendidos. Segundos después aparecieron los dos toros caídos en Telefónica, despistados ambos en su entrada al redondel, pero, pronto, con la ayuda de los dobladores, encontraron el camino de los corrales.

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