Paquirri, 35 años después de Pozoblanco: murió un torero y nació un mito
Aún retumba la entereza del torero camino de la enfermería de Pozoblanco: «Doctor, abra todo lo que tenga que abrir...»
Veintiséis de septiembre de 1984. Feria de Pozoblanco. El reloj se alejaba de las siete de la tarde como se alejaba la vida para Francisco Rivera Pérez «Paquirri». Tan joven aún y tan hombre a la vez, un toro de Sayalero y Bandrés, «Avispado» de nombre, le propinó la mortal cornada. Han pasado 35 años y aquella tragedia se recuerda como si fuera ayer. El ayer de niños y mayores que lloraron frente a la pantalla de un televisor al ver caer a uno de los ídolos de la época. Lágrimas amargas mientras golpeaban las palabras inmortales de un torero inmortal. Qué entereza la suya.
Su verbo tranquilizando a los doctores camino de la enfermería recorrió el anillo del mundo: «Doctor, la cornada es fuerte, tiene al menos dos trayectorias, una para acá y otra para allá. Abra todo lo que tenga que abrir, lo demás está en sus manos. Y tranquilo, doctor». Esa es la grandeza de los toreros, aún conociendo la cruda realidad de la sangre derramada.
Su banderillero Rafael Torres contaba así el percance: «Mientras el caballo de picar se colocaba, se aguantó al toro en el burladero. Cuando se dirigió a Paquirri, se le cruzó. Y al siguiente lance se le venció por el izquierdo y le echó mano. Su instinto fue agarrarse a la cara y el pitón lo zarandeó durante mucho tiempo hasta penetrar en varias trayectorias. El toro no soltaba a Paco y el boquete era cada vez más gordo». El torero, que dejó un reguero de sangre, fue trasladado a la enfermería: «Allí no había ni anestesia. Estaba llena de telarañas, muy sucia», contaba otro subalterno, Rafael Corbelle. Aquel percance fatal marcaría un antes y un después en la asistencia sanitaria en los cosos.
Buscaron su salvación en Córdoba tras la cornada de «Avispado», pero el corazón del torero se paraba en aquella terrible agonía de una carretera infernal. Según se señala en la crónica de ABC de aquel día, «la muerte le sobrevino antes de llegar a la mesa de operaciones» del Hospital Militar. «¡Se me ha muerto, se me ha muerto!», gritaba desconsolado su mozo de espadas, Ramón Alvarado. La cara más dura del toreo se había hecho aquel día.
España, paralizada
Aquella tragedia paralizó literalmente a toda España. Toda España frente al televisor. Toda España pendiente de Paquirri cuando no había móviles ni redes sociales. ABC lo llevó a su portada hasta en dos ocasiones: una mostrando el dolor de Isabel Pantoja, su viuda, y otra mostrando el féretro del matador en el que fue su último paseíllo. Moría un torero; nacía una leyenda.
Diestro largo, dominador de los tres tercios y con excelentes condiciones atléticas que le permitían gobernar toda clase de embestidas, Paquirri se había doctorado en Barcelona en 1966. Figura indiscutible e imprescindible, en los anales de la Tauromaquia quedan grandes obras suyas, como la que esculpió al torrestrella «Buenasuerte» en Las Ventas. Francisco Rivera nació torero y murió figura. Tan poderoso lidiador, un superhombre, perdió todo en el escenario donde todo lo había ganado: el ruedo. Y se marchó en brazos de la noche septembrina más amarga para convertirse en leyenda.
Un año antes, el popular matador había contraído matrimonio con Isabel Pantoja, con quien tuvo un hijo, Francisco. Anteriormente, había estado casado con Carmina Ordóñez. Fruto de esta unión nacieron Francisco y Cayetano, mantenedores de su sangre torera. Treinta y cinco años después, la afición y los suyos le recuerdan. Treinta y cinco años después, su hijo Cayetano vive la temporada más gloriosa de su vida. Siempre en el nombre del padre, en el nombre de un TORERO.
Comentarios
Publicar un comentario