ESPECIAL RAFAEL ORTEGA (Y EL TORO DE HIGUERO)

     Se cumplio en San Isidro cincuenta años de la gran faena de Rafael Ortega a un toro de Miguel Higuero en la feria de San Isidro de 1967.

     Ese día, el maestro de la Isla de San Fernando demostró una vez más ante la afición de Las Ventas, plaza en la que reaparecía ese año después de un tiempo de retiro, que su concepto del toreo era uno de los más puro entre la torería de su tiempò.



     Unos días antes de este jueves 25 de Mayo, el maestro de la Isla de San Ferrando, Rafael Ortega, había vuelto a hacer el paseíllo en la plaza de toros de Las Ventas. Poca fortuna había tenido con una seria y complicada corrida de Pablo Romero, y su paso por el primer compromiso contratado para la feria madrileña no levantó muchas esperanzas. El torero, retirado en 1960, volvía al ruedo madrileño, donde tantos triunfos había logrado durante la década de los cincuenta. Muchos eran los aficionados que en su memoria guardaban aquellos " sanisidros" del torero de la Isla, especialmente los de 1950, cuando cuajó al toro de buendía, o aquel otro  de 1953, cuando desorejó a uno de Alpino Pérez Tabernero.

     Pero el tiempo trascurría inexorable y Rafael Ortega, nacido al toreo con una edad bastante tardía para lo que acostumbraban los toreros, se presentaba de nuevo en Madrid con 45 años y una historia si bien no muy lejana en el tiempo, sí al menos vista con cierto distancia por las nuevas generaciones de aficionados. No obstante, aquellos espectadores que habían sido testigos del corte torero de Rafael Ortega en sus primeros años no podrían olvidar la pureza de su toreo. Y, naturalmente, los más cabales observadores se saltaban el tópico de la faena estoqueadora del gaditano, anteponiendo por encima de ello la capacidad para hacer uno de los toreos más auténticos que en los años cincuenta se pudo disfrutar.

     No era por ello de extrañar que pese a la poca fortuna que Ortega tuvo en su primera tarde en esa feria de 1967, muchos aficionados llegasen a la plaza ese jueves 25 de Mayo con la firme esperanza de que el capote, la muleta y la espada del maestro de la Isla siguiesen siendo portadores del arte excelso que, sin ir más lejos, el torero había desgranado en la Feria de Abril de ese mismo año.

     Por tanto, Rafael Ortega se anunciaba de nuevo en la monumental de Las Ventas junto a Curro Romero y Sánchez Bejarano, este último como sustituto de Sebastián Palomo Linares. La corrida anunciada pertenecía a la ganadería de Miguel Higuero. Para este nuevo compromiso, el gaditano se vistió con un terno azul celeste y plata, y a la hora prevista se alineó junto a sus compañeros en la puerta de cuadrillas de la plaza madrileña para iniciar el decimo tercer paseíllo de la feria de San Isidro. Hasta ese momento el abono tenía dos claros protagonistas: Paco Camino y Santiago Martín "El Viti". Ambos tenían en su esportón cuatro orejas, cortadas en sus dos primeras comopareciencia  en el serial. Además de con estos dos clásicos de Madrid, los aficionados madrileños habían disfrutado con Curro Girón, Tinín, Paquirri, El Cordobés y Andrés Hernando.


     Pero Rafael Ortega tuvo la oportunidad en esta nueva ocasión de poder escribir una página importantísima tanto para su historia personal como para la de la feria de San Isidro. Para ello se encontró con un buien ejemplar de Miguel Higuero, negro, de armónicas hechuras, pese a sus 552 kilos, que si bien no se entregó en los primeros tercios de la lidia no es menos cierto que despúes de banderillear colaboró con el maestro de la Isla. Por tal motivo, el capote de Ortega sólo se hizo presente en su vertiente más lidiadora. El animal salió suelto de los caballos en los tres encuentros con el del castoreño, pero antes de repucharse de la suerte el picador de turno supo sangrarle.

     Cuando Rafael Ortega cogió espada y muleta, muchos aficionados  no esperaban ser testigos de una de las faenas más hermosas y puras de cuantas se habían vivido en los veinte años de vida de la feria de San Isidro, pues como escribió Antonio Díaz Cañabete en su cronica de ABC:

     "Rafael Ortega" es todo un torero. Muy graves cicatrices conserva en su cuerpo. Cicatrices de cornadas añejas que en nada mermaron sus  arrestos y menos su arte, porque Ortega ha sido y es un torero clásico, entendiendo por clásico no lo que imita los modelos de la antiüedad, sino lo notable, lo principal de un arte. En ese sentido, el de San Fernando ha toreado y torea clásicamente, procurando alcanzar lo principal, lo notable del arte de torear".


     El trasteo lo planteó en todo momento en el mismo terreno de la plaza, entre los tendidos 9 y 10, sin abrirse mucho de las tablas. El maestro, a dos manos, vació las primeras embestidas del toro con un par de muletazos por bajo de gran temple y suavidad que despertaron los primeros olés fuertes y que pusieron en alerta a los aficionados. Fueron, segun el critico del ABC, "pases lentos, suaves, rítmicos, pases de tanteos y de dominio". Sin más, Rafael Ortega tomó al toro por el piton derecho en una serie breve, pero en la que embebió el viaje del toro con muchas hondura, pese a que éste cogió la muleta con un puntito más de violencia. Fueron tres en redondo y un pase de pecho que metieron a la plaza definitivamente en la faena.

     Pero la sinfonía del gaditano no había hecho más que empezar: despuúes de vaciar al toro con el pase de pecho anteriormente descrito, cogió la muleta con la mano izquierda y la obra alcanzó su momento de máxima expresión. Porque desde el cite al remate, el toreo alcanzaba su más pura esencioa. Los naturales eran, según Cañabate, "De eternos segundos de duración, de sugundos eternos de belleza". Fueron tres  series en la que Ortega demostró muy a las claras que de él partía el tronco de toreo más puro que a los aficionados de los años cincuenta y sesenta les fue dado contemplar. Naturalmente,  Ortega se encontró en su camino con otros diestros que en sus capotes y muletas bebieron de las mismas fuentes, pero Rafael fundió el temple de Belmonte y la ligazón de Manolete. Todo ello se pudo vivir muy a las claras con aquellas tandas de naturales al toro de Miguel Higuero. Apenas fueron diez muletazos, pero de una profundidad, una larguera y una hondura soberbias. Los tendidos se volcaron con la demostración de toreo y la faena fue vista con auténtica pasión por los aficionados madrileños.

     No cabía hacer más, "la faena no se prolonga -como señala Díaz-Cañabate- la faena es medida, porque la gracia nunca es cuantiosa, sino selecta, justa". Y Rafael Ortega se fue tras la espada. Si bien no consumó la suerte como tantas y tantas tardes lo había echo, no es menos cierto que el toro, herido de muerte, se desplomó a sus pies. A sus manos fueron a parar las dos orejas del ejemplar de Miguel Higuero, y la aopteosis de la vuelta al ruedo le demostraba al torero de la Isla que, por encima de las nuevas modas, su toreo continuaba siendo eterno.

     Pero con lo que no contaba Rafael Ortega, y ninguno de los espectadores que asistían al festejo, era con la otra "faena" que protagonizo Curro Romero cuando  se negó a matar al segundo toro de su lote, un sobrero de Cortijoliva. Aquel incidente produjo tal escándalo entre aficionados, críticos y autoridad, que al día siguiente el protagonista lo fue quien no toreó, y la inmesa faena de Rafael Ortega quedó como un hito secreto, pero de imperecedero recuerdo para la historia de San Isidro.




     








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