Dos heridos por cornada en un multitudinario y vistoso tercer encierro de San Fermín con los toros de Escolar

 

Otros cinco corredores sufrieron contusiones en brazos y piernas, según el primer parte médico


Al final, y felizmente, no se cumplieron los malos augurios que pesan sobre los toros de la ganadería de José Escolar, de Lanzahita (Ávila): ninguno de los participantes hizo ademán de volver a los corrales, como ya sucedió en tres años consecutivos, de 2015 a 2017, y solo se han registrado dos heridos por cornada entre los corredores, los primeros de este año.

Caídas, contusiones, resbalones, atropellos y revolcones, muchos, pero más por la excesiva afluencia de mozos que por la condición de los toros, acostumbrados, como la mayoría de los que pastan en las dehesas, a correr en manada por el campo en un entrenamiento casi diario para que lleguen en buena forma física a la plaza.




Otra mañana más, los ocupantes de los corrales de Santo Domingo se sobresaltaron con el ruido del cohete de las ocho de la mañana, y todos, toros y cabestros, tardaron el encontrar la puerta de salida a la cuesta de Santo Domingo, donde les esperaba una multitud ansiosa de emociones, en el primer sábado sanferminero en tres años, por culpa de la pandemia.

Cuatro cabestros lideraron entonces la carrera con la buena intención de enseñarles a los compañeros el camino a seguir, y todos sortearon como pudieron gente de blanco y rojo que entorpecían su camino.

Pronto, los de Escolar —cuatro de ellos cerraban la carrera un poco despistados— hicieron acopio de orgullo y se conjuraron para alcanzar la cabeza, de modo que un toro negro ya la lideraba cuando la manada llegó a Mercaderes.

Como si estuvieran avisados por los mansos, experimentados ya en estas lides, esta mañana no hubo golpe contra las duras tablas de la curva que da a la calle Estafeta, pero sí rozaron la pared, donde estaban ubicados peligrosamente algunos mozos que sufrieron las inclemencias de tan errática situación.

Algunos de ellos se pegaron al suelo y sufrieron en sus carnes los pisotones de cabestros y toros, y parece que fue ahí donde se produjo una de las cornadas.

La calle Estafeta, inundada de humanos, fue el escenario de vistosas carreras, con la manada a velocidad de vértigo, cambios constantes en el liderazgo, caídas y atropellos diversos, y una marabunta multicolor cuando la comitiva llegó al tramo de Telefónica.

Allí, una mañana más —la gente es que no aprende—, muchos mozos agolpados contra las tablas, justo cuando toros y cabestros enfilan el callejón hacia la plaza y la inercia los empuja hacia el vallado situado a la derecha.

En esa zona, con la manada disgregada aunque muy cercana, varios corredores comprobaron el olor de los astifinos pitones, pisotones varios y caídas dolorosas.

Y, por fin, el ruedo. Alegría para todos, pero, especialmente, para los de cuatro patas, que, a falta de un toro negro, se agolparon en la arena y pronto encontraron el camino seguro de los corrales. Cuando el reloj se acercaba a los dos minutos y treinta segundos apareció el último, que, raudo como el rayo, no quiso perderse el sendero de lo que él imaginaba que sería la dehesa.

Los seis toros descansan ya en la plaza —Buencara, Chismoso, Carcelero, Posadero, Ortiguiano, y Diputado, de 500 a 575 kilos de peso— que esta tarde serán lidiados por los diestros Joselito Adame, Rubén Pinar y Javier Cortés.







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