Especial Vacaciones 2020. Siete días, siete reportajes 3/7 (Evolución de la suerte de varas durante el siglo XX)



Evolución de la suerte de varas durante el siglo XX

En los últimos 100 años han evolucionado bastantes cosas en la corrida, aspectos que debemos ponderar para poder emitir juicios equilibrados sobre la evolución de la suerte de varas. El peto, el toro y sus condiciones, el toro en cuanto a su peso, el caballo...

La muy oportuna decisión de reglamentar la protección del caballo de picar con un peto, que se hizo obligatoria en 1928, tuvo efectos negativos en la lidia, tal y como habían pronosticado los aficionados integristas. Sin embargo, la fiesta no podía seguir con el espectáculo atroz de la matanza inicua de caballos porque las sensibilidades del espectador requerían algo más ético, menos cruento, adaptado al nuevo siglo. Las tradiciones deben amoldarse a la sociedad en la que se desarrollan para que tengan justificación y la fiesta también debía hacerlo. Decía Emil Herzog “Andrê Maurois” que “Las tradiciones no se heredan, se conquistan”, y esta “racionalidad” en la adaptación del toreo a la sociedad permitió que de acuerdo con los presupuestos de Max Weber, la Fiesta estuviera dotada de otro de los 3 argumentos que para gozar de "la legitimidad" enumerara el filósofo y jurista alemán a finales del XIX: “La legitimidad se otorga por uno de estos tres preceptos: tradición, carisma o racionalidad”. Nuestra Fiesta Nacional, ya nominada así a finales del XVIII, de lo que se quejaba Jovellanos, es legítima por tradición, por el carisma que le imprime la universalidad de un pueblo, el hispano, y por su racionalidad o capacidad de adaptarse a las sensibilidades evolutivas. Heráclito decía: "Lo único permanente es el cambio". Evolución adaptativa.

Y en esas estábamos en los principios del siglo XX cuando se empezaban a probar petos protectores. El primero en Toulouse, Francia, en 1906 con el “babero Mazzantini”. Luego otros, hasta que se legisló en 1928 la obligatoriedad de usar un determinado tipo de protección con peso regulado y diseño adecuado a la función que debe realizar el picador en la suerte. Básicamente, el peto ha evolucionado en las formas, si bien en el peso ha seguido más o menos como en sus principios, 25 kgs entonces, 25 más los 5 de los adicionales manguitos ahora, pero ha aumentado el espacio protector gracias a la evolución de los materiales que lo conforman. Hoy día es muy raro ver a un caballo herido en la plaza, lo que es un gran progreso. Sin embargo...

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Se quejaba Antonio Heredia “H” en su “Doctrinal” de 1904, de los abusos de los picadores y de las matanzas que la ineficacia de muchos de ellos provocaba en las huestes equinas. Era entonces el picador un aguerrido torero dotado de fuerza y maña adecuadas a una función importante y peligrosa en la que sólo triunfaban los mejores preparados. El peto vino a permitir que picadores mediocres subieran al caballo y desprestigiaran una admirada profesión, otrora ensalzada por su donosura e importancia para la lidia. En este negativo tránsito la suerte de varas fue perdiendo belleza, eficacia y gallarda nobleza. Sólo los mejores, bien dotados y con mucha afición a sus espaldas pudieron seguir haciéndola digna. Cada vez hubo menos picadores buenos, por desgracia. Y, también, porque los matadores de toros cada vez saben menos de lo qué es y para qué sirve un puyazo bien puesto. Esto me consta tras las muchas charlas que sobre el tema he mantenido con matadores de toros, apoderados, con los propios picadores y con aficionados. Y tras bastantes broncas...

En los últimos 100 años han evolucionado bastantes cosas en la corrida, aspectos que debemos ponderar para poder emitir juicios equilibrados sobre la evolución de la suerte de varas. 1.- El peto. 2.- El toro y sus condiciones. 3.- El toro en cuanto a su peso. 4.- El caballo. 5.- El toreo, cómo lo ve el público. Veamos los distintos puntos:

1.- Como hemos adelantado, el peto procuró a la suerte se varas unas grandes posibilidades que no fueron aprovechadas siempre en beneficio de su ejecución y eficacia. Los menos profesionales se refugiaron en la inmensa protección que ofrecía el peto y relajaron su adiestramiento, su entrenamiento e, incluso, su interés por ejecutar la suerte con arte y torería. Con el peto podía el piconero medir certeramente la intensidad de los puyazos y dosificar el castigo de acuerdo con las condiciones de cada burel y con los deseos de su matador. La acertada reglamentación permitió erradicar una parte cruenta de la corrida y posibilitó que el toro pudiera ser ahormado a gusto de cada matador.

2.- Los toros evolucionaron a lo largo del siglo XX en cuanto a sus características de bravura y casta, de forma que la lucha en el caballo cada vez se producía con mayor fijeza, con mayor empuje, sin apenas huidas. Y el picador fue aceptando esa lucha cada vez con menos gallardía, con mayor ayuda de peto y “carioca” que le permitía aplicar su castigo con, cada vez, menor épica. Los muchos picotazos que se inferían a los morlacos de hace 100 años se quedaron en “media mitad de uno”. Porque, además, el ganadero ha realizado una labor magnífica en la mejora de las condiciones de los toros que permite que muchos de los de ahora humillen con generosidad tal que no necesiten de ser ahormados como sí exigían sus predecesores. Por ello los puyazos han devenido en tener un sólo significado: quitar poder al toro. Ya prácticamente no existe lo de templar la embestida con la vara combada, moviendo el caballo y largando al toro con donaire. El colocar el puyazo en el morrillo, ligeramente a la izquierda o a la derecha según las tendencias que mostró el toro en el capote, evitando el choque con el peto para no romper la embestida, para templarla, eso son cosas pasadas. En la década de los 60, y aún de los 70, eso lo veíamos los aficionados en las plazas con cierta frecuencia. El buen picador citaba, largaba la vara antes del encuentro, sostenía al toro con la fuerza de su brazo y el apoyo preciso del pie en el estribo izquierdo y clavaba al final del morrillo intentando evitar el choque del toro con el peto.



3.- El peso actual de los toros, a pesar de lo que muchos pregonan, no es el mayor del siglo XX. Recuérdese que el reglamento de 1923 fijaba en su artículo nº 23 como peso mínimo de un toro en plaza de 1ª el de 545 kgs para los lidiados en los meses desde octubre a abril, y de 570 para los meses restantes. Además, puestos a enjuiciar los pesos, deberíamos relacionarlos con la velocidad para darnos una idea de la energía cinética que se desarrolla en el encuentro toro & picador. Así, como decía mi sargento de Milicias universitarias, no es peligrosa la bala por su calibre, sino más bien lo es por la velocidad a la que se recibe. Y debemos reconocer que la velocidad con la que se producían los encuentros en los años pretéritos era mucho mayor que la que desarrollan los toros actuales, en la gran mayoría de las ganaderías, porque la "casta" ha disminuido.



4.- El caballo de picar pasó a ser un bastión infranqueable tras múltiples variaciones en su raza, peso y doma. De las "sardinas" de finales del XIX a los percherones de los años 80, con más de 650 kgs, llegando a los actuales, más ligeros y "mejor" entrenados para... EL CHOQUE. A partir de 1928 el caballo, protegido, no exigía movimiento para salir del encuentro ya que el picador permitía y provocaba el choque sin apenas peligro de caída. Sí debía estar domado para no vencerse, para resistir el golpe. Las apariciones de las rayas de picar, de las que hablaremos en otro capítulo, ya delimitaba tanto su lugar de acción que la doma pasó a ser limitada. Los dos ojos se taparon porque ya no era habitual que el caballo se desbocase y llegara a estrellarse a tablas. La épica que se puede esperar con la estática del caballo actual es, digamos, residual.

5.- El público está siendo obligado a disfrutar de una corrida preparada, fundamentalmente, para el tercio de muerte. Es decir, para la faena de muleta. No pueden discernir los nuevos aficionados de los últimos 30 años, por ejemplo, si es más interesante una faena compuesta por: la lidia con el capote, una suerte de varas verdadera, banderillas airosas de poder a poder y lidia final con entrega y arte para preparar al toro para la muerte; que la de ahora de los 100 pasecitos de muleta. El toreo de recibo con el capote no se ve muy a menudo. Prácticamente ha desaparecido la suerte de varas de las plazas de 2ª y apenas quedan visos de épica en las de 1ª. Los quites entre puyazos no se ven en la mayoría de las corridas. Y la lidia con la muleta para preparar al toro para el final artístico de la faena ha sido sustituida por la intensidad de una suerte de varas inadecuada…



Cuando en una plaza de toros observa el espectador la épica de una cita torera realizada por un picador valiente, la carrera del toro hacia el caballo, el encuentro que de violento lo transforma el buen piquero en templado, medido y gallardo por su entrega, dominio del caballo, fuerza de su brazo y su miaja de torería, es muy posible que aplauda con más convicción que cuando observa los 123 muletazos a toro semi inerme, bobo, carente de emoción porque le ha sido sustraída por el castigo recibido en puyazos alevosos. Lo primero está ocurriendo en los cosos del sur de Francia, en los que el aficionado es el que marca la importancia de los tercios, donde la suerte de varas es lo más emocionante de la corrida. Y cuando les preguntas a los piconeros por qué no realizan la suerte igual en los cosos españoles te contestan que aquí en España, en la mayoría de los casos, les aplauden por no picar… O que allí, si no lo haces bien, vetan tus actuaciones… ¿Hacia dónde vamos, Toreo?


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