Especial Vacaciones 2020, Siete días, siete reportajes 4/7(Antonio Montes, un precursor en el toreo)
Aunque la trayectoria en los ruedos del trianero Antonio Montes –Vico era su segundo apellido—estuvo entreverada de muchos altibajos, andando el tiempo se comprobó la verdadera trascendencia de sus aportaciones a la Tauromaquia. De hecho, ha quedado en la historia merced a su renovado concepto, que supuso una ruptura con lo que los aficionados presenciaban cada tarde en los cosos. Fallecido en México a consecuencia de las heridas causadas por un toro de Saltillo --por nombre "Matajacas"-- en enero de 1907, tuvo un final desgraciado: un incendio en su capilla ardiente dejó todo convertido en cenizas.
se cumplen 140 años el inmediato 20 de diciembre de la venida al mundo en el sevillano barrio de Triana de Antonio Montes Vico, un torero que, andando el tiempo, se comprobó la verdadera trascendencia de sus aportaciones a la Tauromaquia. A pesar de que su trayectoria en los ruedos fue bastante irregular, el nombre del diestro hispalense ha quedado en la historia merced a su renovado concepto, que supuso una ruptura con lo que los aficionados presenciaban cada tarde en los cosos.
Aunque su familia no veía con buenos ojos sus gustos taurinos, Antonio Montes determinó orientar sus pasos hacia el toreo, animado por los jóvenes del barrio. Cuando apenas contaba con dieciocho años, estoqueó su primer astado, salvando de forma positiva el trance, tanto fue así que actuó, nuevamente, en La Algaba, así como en otras plazas andaluzas.
Presentación en Sevilla
Las noticias de sus triunfos se conocieron en Sevilla, presentándose en el Baratillo el 4 de mayo de 1896 para enfrentarse a cornúpetas de Torres Cortina. Su actuación no cumplió con las expectativas generadas, continuando su formación en cosos de menor relevancia. Más cuajado y con más experiencia regresó a la Maestranza en agosto de 1898, cuando en unión de Ricardo Torres “Bombita” pasaportó ejemplares de Benjumea. Esa misma temporada, y recomendado por Félix Velasco, debutó en Valencia y Barcelona, ganando bastantes aplausos en cada una de las funciones.
Capítulo aparte merece el festejo que tuvo lugar en el recinto taurino del Arenal sevillano el 9 de octubre del citado año. Deslumbrante labor la firmada por Montes ante sus paisanos, ejecutando un toreo serio, pleno de pureza y ceñimiento, en el que el juego de brazos resultaba fundamental para burlar las acometidas del burel, dada la inmovilidad que mantenía en los pies. “Toreo genuinamente clásico y rondeño”, afirma el crítico Selipe en El Noticiero Sevillano, que generó grandes esperanzas entre la afición, ávida de encontrar nuevos espadas que alimentaran su ilusión. Las ovaciones para Montes fueron clamorosas la mencionada jornada, anunciándose, una vez más, en la ciudad de la Giralda el 30 de octubre, trenzando el paseíllo junto a “Alvaradito” en la lidia de animales de Miura.
Conservó el trianero su cartel, si bien no alcanzó el resonante éxito de su anterior comparecencia en la plaza hispalense. El ambiente con el que contaba ya a esas alturas y el público que arrastraba tras de sí, hicieron que la empresa de Madrid decidiera contratarlo para la novillada prevista el 13 de noviembre. Los astados reseñados del Duque de Veragua se mostraron poco colaboradores con los diestros, cuestión que no fue óbice para que Antonio Montes dejara constancia también en el coso de la Carretera de Aragón de las virtudes esenciales que adornaban su tauromaquia. Así lo atestigua Don Hermógenes en Sol y Sombra, que asegura que poseía “condiciones dignas de aprecio”, sobresaliendo, sobre todo, su manejo del capote.
En cambio, su actuación del 27 de noviembre en el circo madrileño no fue tan afortunada, pues frente al valor evidenciado en la función precedente, en ésta estuvo inseguro y temeroso, devolviendo, en parte, los aplausos y elogios con los que los espectadores y medios impresos habían señalado sus magníficas cualidades de torero.
La alternativa en la Maestranza
Con este clima no demasiado favorable, inició la temporada de 1899, tomando la alternativa en la Maestranza la emblemática fecha del Domingo de Resurrección, 2 de abril, teniendo como padrino a Antonio Fuentes, completando la terna Emilio “Bombita”. El espada sevillano le cedió la muerte de “Borracho”, toro berrendo en negro marcado con el hierro de Otaolaurruchi, frente al que el toricantano estuvo simplemente discreto. En el sexto, tampoco dejó pasajes notables, por lo que las dudas sobre las auténticas posibilidades de funcionar en la profesión de Montes aumentaron todavía más.
No mejoró el panorama en las restantes corridas ajustadas en el abono sevillano, antes al contrario, puesto que en la última de ellas su labor con el estoque fue bastante deficiente. En esas acudió a Madrid el 11 de mayo siguiente, lidiando como un mero trámite el encierro reseñado del Duque de Veragua, destacando únicamente en el conjunto de su tarde la buena estocada cobrada ante el segundo de sus oponentes. En veinticuatro ocasiones vistió el traje de luces el referido año de 1899, llegando a los treinta y cinco paseíllos en 1900.
Aquella campaña continuó sin remontar el vuelo, apuntando el crítico “Dulzuras” en el Almanaque del Tío Jindama para 1901 la que era, posiblemente, la principal causa de la situación que estaba atravesando, la precipitación con la que se colocó entre los diestros más importantes del país. Por fin, reaccionó el torero en la temporada de 1901, recuperando parte del terreno perdido en los treinta y un festejos en los que participó. Este momento dulce no se prolongó en el tiempo, pues en 1902 apareció, nuevamente, su secular irregularidad, no obstante en ciertas jornadas a lo largo de esos doce meses su toreo volvió a asombrar a la afición, que esperaba pacientemente al torero de Triana, conocedores de la capacidad que tenía cuando llevaba en su mano el capote o la muleta. Lisboa, Bilbao o San Sebastián fueron sólo algunos de los cosos en los que el nombre de Antonio Montes resonó con fuerza la posterior campaña, cruzando el Atlántico a la conclusión de ésta para dirigirse a México.
Esos primeros contratos en el país azteca, se saldaron, en la mayoría de los casos, con resonantes triunfos, produciéndose su debut el 1 de noviembre. De vuelta a España, afronta con un ánimo mucho más positivo la temporada de 1904. De hecho, el 6 de mayo deja una gran imagen en la plaza madrileña, alternando con “Machaquito” y “Lagartijo Chico”. Las ovaciones se suceden como premio al buen hacer del diestro sevillano ante dos serios ejemplares de Palha, “Cordobés” y “Apreturas”. El cite cruzado, desde cerca, aguantando hasta el límite para embarcar la embestida de cada uno de los toros, con una actitud desafiante que provocó el entusiasmo en los tendidos.
Desde las tribunas periodísticas se ensalza el arrojo demostrado, declarando Paco Media-Luna en El Toreo que había sido “una buena tarde para Montes”. A partir de entonces, el público pudo contemplar a un torero en sazón, que se plantaba delante de los animales con el valor de siempre pero con más firmeza que en épocas pasadas. Así lo atestigua también Manuel Serrano García-Vao, afirmando que ese dominio de la lidia conllevaba un mayor nivel artístico de las faenas que instrumentaba. Cuando hubo cumplido los compromisos correspondientes a 1905, marchó a tierras mexicanas, donde ya era un auténtico ídolo.
Su mejor temporada
La de 1906 fue, sin duda, su mejor campaña en los ruedos, iniciando la misma el 17 de abril en la Maestranza hispalense frente a un encierro de Saltillo. El 17 de mayo se anunció en el coso de la capital de España en la corrida a beneficio de la Asociación de la Prensa. Los ejemplares de Pablo Romero colaboraron con los matadores, obteniendo el trianero un éxito de clamor. Tras años de continúa búsqueda interior, explorando nuevos caminos en la Tauromaquia, la actuación en la referida jornada ante “Morito” y “Naranjito” fue la prueba fehaciente no sólo de la plenitud que había alcanzado en la profesión sino del nuevo cauce por el que discurriría en un futuro cercano la Tauromaquia.
Después del agradable sabor de boca de su anterior corrida, tornó al Baratillo el 14 de junio, gustando más si cabe ante los bureles de Otaolaurruchi que pasaportó. El 8 de julio pisaba por primera vez la arena del recinto taurino de Pamplona, viviendo en una misma tarde la cara y la cruz de la Fiesta, ya que paseó la oreja del astado que abrió la función y posteriormente fue herido en la mano izquierda, percance éste que le impidió hacer el paseíllo en los dos festejos que aún tenía contratados en la capital navarra.
Adentrados en el verano, el espada nacido en la ciudad de la Giralda prosiguió su marcha triunfal, salpicando todo ese período de faenas para el recuerdo, como las que cuajó en la plaza donostiarra de El Chofre el 5 de agosto a las tres reses de Pablo Romero que lidió en un mano a mano con “Algabeño”. Ya en septiembre, sobresalió la extraordinaria feria de Salamanca, donde en su triple comparecencia fue aclamado por el respetable, cortando una oreja la segunda de ellas y resultando volteado en la última, si bien el percance no llegó a mayores gracias a la salvadora intervención de “Bombita” que coleó al cornúpeta. De su labor con la franela al cuarto toro del Duque de Veragua el día 13 llegó a decir el periodista “Dulzuras” que “fue lo mejor que hizo todo el año”, añadiendo para finalizar el comentario que se trató de “una de las mejores faenas que se llevaron a cabo en las plazas”.
La cornada de México
México aguardaba su presencia un invierno más, toda vez que había saldado satisfactoriamente los treinta y ocho festejos comprometidos en España. Los aplausos y las buenas críticas hacia el toreo de Montes se sucedían como cada campaña, incrementándose por momentos su fama y prestigio.
El 13 de enero de 1907 se enfundó el traje de luces para lidiar en unión de Fuentes y “Bombita” tres cornúpetas de Saltillo y otros tantos de Tepeyahualco. El segundo de éstos atendía por “Matajaca”, era cárdeno, alto y lucía unas imponentes defensas, según las reseñas de los informadores allí presentes. El saludo capotero del matador hispalense fue variado, pues se compuso de tres verónicas, un farol y un recorte, “parando de un modo suicida”, afirma Julio Bonilla en El Toreo, siendo cogido al concluir la serie de lances. El torero, aunque mermado de facultades, permaneció en el ruedo, realizando quites magníficos.
Comenzó Montes el trasteo muleteril con un pase ayudado, seis por alto y tres más con la derecha, aprovechando la igualada del burel de la vacada mexicana para entrar, sobre corto, a volapié, cobrando una soberbia estocada pero siendo derribado por el toro. “Matajaca” hizo por él y lo corneó con saña en la región glútea izquierda, provocándole una profunda herida que rompió toda la musculatura, así como la fractura del ligamento sacro-ciático y el borde del sacro.
Las primeras horas después de la cornada no hacían presagiar la tragedia que vendría posteriormente pero la infección hizo su aparición en la herida, ocasionándole una peritonitis séptica y una septicemia que al anochecer del día 17 acabaron con su vida. Una vez practicada la autopsia al cuerpo de Montes, también se apreciaron distintos varetazos consecuencia de la primera cogida en el pecho, muslo izquierdo y vientre.
A primera hora de la tarde del día 19 partía el cortejo fúnebre seguido por una numerosa muchedumbre con dirección al Panteón Español, donde los restos de Antonio Montes fueron trasladados al depósito, a la espera de embarcarlos hacia España. Cantidad de profesionales taurinos se dieron cita tanto en el velatorio como en el entierro, destacando, en este sentido, el papel de sus compañeros de cartel en aquella postrera corrida y en tantas otras tardes de su carrera, Antonio Fuentes y Ricardo Torres “Bombita”, quienes estuvieron junto al cadáver en todo momento.
La mala suerte quiso que los cuatro hachones que se encontraban encendidos en derredor del ataúd cayeran sobre éste, incendiándolo. Cuando las personas responsables de su cuidado accedieron al recinto, el féretro estaba hecho cenizas y el cuerpo del desafortunado diestro aparecía carbonizado y prácticamente irreconocible.
Al cabo de unos días, los restos del matador trianero abandonaban el país azteca, partiendo en el vapor “Manuel Calvo” desde el puerto de Veracruz. Arribaron, en primera instancia, a Cádiz, pasando seguidamente al vapor “Cristina”, que fue quien lo llevó al punto final del trayecto, la ciudad de Sevilla. Ésta se volcó en la despedida de Antonio Montes, marchando junto al séquito en su discurrir desde el muelle del puerto hasta el cementerio, ostentando la presidencia del duelo el hermano del torero, Francisco Montes, el Diputado a Cortes, Serrano Carmona, el hombre que dirigía su carrera en México, Sr. García Lors, Antonio Carmona “El Gordito” y Emilio “Bombita”.
Antonio Montes contribuyó con su propia vida al definitivo avance de la Tauromaquia hacia la modernidad, enfrentándose a un toro que aún no admitía el concepto que trataba de imponer el espada sevillano. Unos años más tarde, Juan Belmonte, con un animal bravo pero con un punto menos de brusquedad, cerró ese círculo que había comenzado a trazar en la última década del siglo XIX Manuel García “El Espartero”.
BIBLIOGRAFÍA.
Chaves Nogales, Manuel: “Juan Belmonte. Matador de Toros”. Colección “El Libro de Bolsillo”, nº 222. Alianza Editorial. Madrid, 1998.
Cossío, José María de: Los Toros. Inventario biográfico”. Tomo 17. Editorial Espasa Calpe. Madrid, 2007.
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