El Cid se retira a lo grande
Entrega, resolución, fe, arrestos, afilada espada y la pasión incondicional de un público rendido de antemano.
Casi tres horas en los toros, sobredosis de toreo industrial, mucha más gente de lo que venía siendo habitual en la tarde mayor del Pilar -tres cuartos largos-, unos cuantos trasteos de aliento, una corrida de jandillas de variada traza de los tres hierros de la familia Matilla -el sexto, el único de mala nota, reventó las básculas- y dentro de tan generoso abasto, dos toros notables, pero de condición distinta. Un cuarto de mucho querer y engrasados muelles, y un quinto que escarbó pero hizo el surco. Nobles fueron los dos, pero más sencillo el quinto que el cuarto. Cuestión de poder. Uno pasó de puntillas por el caballo; el cuarto peleó con un punto de fiereza. Los dos primeros, terciados pero bien armados, ancha cuna, lindo remate, dieron juego. El primero quiso bien y repitió. El segundo tendió a soltarse. El tercero fue uno de tantos.
Argumento de la corrida fue, tras los adioses de Sevilla y Madrid, la retirada definitiva de El Cid. Aunque el público de Zaragoza muta de un día para otro y, por festero y del todo complaciente, ha llegado a hacerse irreconocible, la inmensa mayoría estaba en el secreto. Lo sacaron al tercio a saludar antes de soltarse el toro de apertura, el empresario le puso en la mano un ramo de flores como los de la ofrenda del día y enseguida arrancó la fiesta de la despedida. Enseguida, porque hasta la última fecha de su larga carrera ha sido El Cid fiel a un principio elemental: la resolución. Para ir al toro, para catarlo y fijarlo, para acoplarse sobre seguro, para no perderse en cabildeos ni antes ni después de varas ni tampoco en banderillas. Lances de vuelo recogido en el saludo, mandiles y una larga cordobesa para dejar en suerte en el primer puyazo a un toro que tuvo la fuerza precisa y ni una gota más. En el quite siguiente, tiró El Cid dos lances codilleros y media impostada. Brindis al público, música antes de llegarse a la tercera tanda, toreo de toques, rectificaciones, paseítos, gestos de más y un solo de clarinete. Tocaba la banda titular y se prodigó sin desmayo. Pero ese solo de clarinete tuvo acento propio. Una estocada soltando el engaño.
A la idea del toreo industrial se apuntaron ya en su primer turno El Fandi y López Simón. El Fandi no paró de irse a la penca del rabo, la faena fue episódica y el remate, el brazo por delante, una estocada con vómito. Política parecida fue la de López Simón con el tercero, que, cuando apretó, lo hizo defendiéndose o protestando. Un trasteo machacón. El galopito de salida tan bello del toro, el único colorado de los seis de envío, fue un espejismo.
También el toro de la despedida galopó de salida y no dejó terminar de estirarse a El Cid en el recibo, sino que, en juego una codicia impetuosa -señal al cabo del estilo del toro-, tuvo que rehilar lances para no salir desairado. Juan Bernal se agarró en dos puyazos de mucho aguantar -otra vez el caballo mejor de Fontecha en escena- y El Cid lo felicitó públicamente. Una cariñosa palmada en la calzona. A la cuadrilla entera -los dos piqueros, los tres banderilleros, el mozo de espadas, el ayuda, dos chóferes, el apoderado y dos paisanos más- brindó la muerte del toro. A todos los fue abrazando uno por uno. El gesto se celebró mucho.
Tanda de sorpresa
El arranque de una faena que iba a pasarse de tiempo, velocidad y maneras fue de nuevo ejemplo de resolución. Desde casi los medios, entero todavía el toro tras un azaroso tercio de banderillas, llamó El Cid al toro y lo aguantó, llevó toreado a mano baja y salió ligada la tanda de sorpresa, tal vez la mejor de las muchas, que completas o no, siguieron en esta ceremonia de celebración.
La entrega del Cid fue innegable, un afán como de principiante. Parecía empeño irrenunciable abrochar carrera con un éxito de ruido. Incluso flotó, por la cabeza del Cid pero no de la gente, la idea de provocar una petición de indulto, que no cuajó. El largo final de faena, cuando el toro dejó de tener música al cabo de dos docenas de embestidas no siempre compuestas, incluyó el surtido pastelero del toreo de postureo: las miradas al tendido, los desplantes, los paseos de demora, hasta un desplante frontal y vertical sin armas. Le dieron dos vuelta a un melodioso pasodoble: Ejea de los Caballeros, la capital de las Cinco Villas. La selección sería un homenaje del difunto Benjamín Bentura Remacha, gran valedor de Ejea, y artífice de la remodelación de la plaza de Zaragoza y, sobre todo, del rescate de Goya, que en efigie de bronce presencia desde un tendido los toros todas las tardes.
En clima de delirio, El Cid atacó con fe con la espada, rodó el toro y el palco, tan severo toda la semana, sacó esta vez los dos pañuelos, pero no de golpe. Al toro le dieron la vuelta al ruedo. Se llevó en el lomo herido un ósculo del propio Cid, que se pegó a s vez la vuelta al ruedo más larga jamás vista.
El Fandi y López Simón cumplieron con el rito de brindar a El Cid uno de los toros de sus lotes. No pasó gran cosa ni en los brindados ni en los dos últimos. Rebrincado, el sexto borriqueó de lo lindo y solo quiso irse a toriles. El Fandi, que hizo el gasto en banderillas en perfecta forma física, atacó más de la cuenta al buen quinto.
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