Juan Belmonte nunca olvidó el día de su doctorado. En la biografía escrita por Chaves Nogales, el trianero recordaba así tan señalado capítulo de su vida: “Fue aquella una corrida accidentadísima, en la que salieron del chiquero hasta once toros. El público había ido a la plaza con la ilusión de verme hacer algo nunca visto, y ninguno de los toros que me tocaban le parecía bastante a propósito. Echaron al corral a uno porque era manso; a otro, porque era chico, y a otro, porque era grande. No he visto nunca a una muchedumbre vociferar durante tanto tiempo”, relataba quien, sin embargo, fue incluso capaz de reflexionar en momentos de semejante tensión: “Aquella tarde, en medio de las tempestades que se levantaban a cada momento, hice una reflexión simplicísima, pero que por su misma simplicidad tenía un extraordinario valor. Parecía que se iba a hundir el mundo, que iban a quemar la plaza, que íbamos a ser arrastrados y despedazados, no sé. Yo veía encresparse a la multitud y me acongojaba imaginando cómo terminaría aquello. En lo más impresionante del tumulto se me ocurrió: “Dentro de dos horas será de noche, y esto tiene que haber cesado. Se habrán muerto, nos habrán matado, lo que sea. Pero es indudable que dentro de dos horas todo estará tranquilo y silencioso. Es cuestión de esperar. Dos horas pasan pronto”.
“Desde aquel día -continúa Belmonte- esta es la reflexión que íntimamente hago cuando veo en torno mío a quince o veinte mil personas que aúllan como fieras. “Dentro de dos horas -pienso- estarán en sus casas cenando bajo la lámpara familiar con sus hijuelos y sus mujercitas”.
Para el genio, a pesar de los formidables tumultos de la corrida de su alternativa -“de los que yo no tuve culpa”, dijo-, “conseguí quedar bien en los toros que por fin me dejaron torear, y, ya ungido matador de toros, hice las maletas y me fui a México, para donde había sido contratado por la empresa de El Toreo”.
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