Crónica 15ª de San Isidro
Hay días de 'no'. No, esa maldita palabra capaz de tirar por tierra cualquier esperanza. Días en los que, como hoy, con una novillada de La Ventana del Puerto que, ni muy guapa ni muy fea para su sangre -aunque más cerca de lo segundo- y ni muy buena ni muy mala -aunque también más cerca de lo segundo-, el signo es negativo. Le tocó arrastrarlo a los tres novilleros del cartel. Alejandro Marcos, respetado en esta plaza por su elegante concepto, dio una vuelta al ruedo tras reponerse de una voltereta espantosa, pero, seguro, no quedó satisfecho. Joaquín Galdós, a días de su alternativa, no tuvo con qué reeditar el triunfo de Sevilla en la víspera y Juan de Castilla, en su vuelta a Madrid, luchó y luchó sin que nadie le echara cuentas. En la hora de los resúmenes, bolígrafo o cerveza 'post-corrida' en mano, cada cual tendrá algo distinto que decir, pero todos llegarán al mismo destino: hoy, no.
El final estuvo, casi, en el principio, porque el primer capítulo congregó muchas de las emociones que liberó la tarde. Sería al final de una faena que comenzó, como es protocolario en esta sangre, de forma fría. Siempre a su aire hasta entonces, el primero comenzó a fijarse en la muleta, y quizás debió atacársele para ligar más. Alejandro Marcos, torero de empaque, acompañó sus viajes y pudo componer con elegancia en un bonito inicio y en una posterior fase de toreo al natural. Ahí se escapó de milagro de una cogida al quedarse descubierto; el novillo le levantó los pies pero le 'perdonó', algo que no haría unos minutos después. Cuando Marcos se preaparaba para estoquear, se le vino recto al cuerpo y tan fea como secamente le tiró al suelo. El salmantino quedó inconsciente por unos segundos y su amor propio le hizo rechazar la opción de enfermería. Pese a su evidente mareo acertó con la espada. La emoción de quien se la juega llevó al público a pedir una oreja, que, por no concedida, quedó en vuelta al ruedo.
Una breve incursión en la enfermería para hacer una 'comprobación de daños', que dirían los mecánicos, fue el prólogo a su faena al cuarto. Un tío cuyos 520 kilos se veían en un cuerpo enmorrillado y cuajado. Kilos todos; clase ninguna. Marcos supo pronto que con este no iba a ser y le costó convencerse, aunque lo intentó con él durante varios minutos.
De menor expresión el segundo, al menos dejó a Joaquín Galdós lucir su buen capote. Ya entonces algo malo apuntaba el utrero con respecto a su visión, pero no fue óbice para que 'viese' el suave trato que le dio el peruano con la tela rosa, primero en unos lances de recibo y luego en un emocionante pique de quites con Juan de Castilla. Un homenaje de dos novilleros en el XX aniversario de aquel duelo capote en mano entre Enrique Ponce y Joselito. Lo de hoy mostró la ambición de dos que quieren ser. Por verónicas y chicuelinas de buen dibujo el espada titular; por verónicas también De Castilla. No participó -como entonces- el tercero en liza, aunque por motivo bien diferente: Alejandro Marcos pasaba en esos instantes a la enfermería... Se acordó Galdós de su paisano y otrora compañero de fatigas Renatto Motta en un brindis al cielo. Hubiera querido, seguro, dedicarle la gloria que el llorado novillero nunca alcanzará, pero el de La Ventana no se lo puso fácil. Flojo, dobló manos en varias ocasiones y obligó al inminente matador a calcularle un toque y una altura de 'no agresión' para apenas, pasar. Faena de novillero más que cuajado pero de escaso calado en el tendido.
533 era el número de referencia del quinto. No su número ganadero, no; su peso. Una cifra que no verán muchos toros en toda la feria. Largo, alto, hondo... la verdad es que le cabía esa media tonelada larga de mansedumbre. Fue tal su condición, cantada poco a poco hasta que a mitad de faena estalló. Venía de un par de tandas en las que tomó los engaños sin clase pero con cierte movilidad, mejor a media distancia que en corto. Pero, síntoma de manso, en el momento que el academicismo de Galdós le pudo, se acabó. Reculó el de La Ventana, recrudeció su querencia y dijo 'se acabó'. Así fue.
Después de una suerte de encerrona improvisada, Juan de Castilla se había ganado el derecho de volver a Madrid en el lugar del herido Luis David Adame. Hoy, como 'ayer', no se le puede negar ni un ápice del valor y amor propio que le caracterizan. Primero con el más interesante del festejo, un tercero feo, cuesta arriba, que exigió y transmitió en el último tercio. Le había hecho las cosas bien el colombiano, pudiéndole por abajo para amoldar sus desclasadas embestidas iniciales. La parte inicial fue importante, en tres tandas de derechazos en las que cogió bien el ritmo del novillo aprovechándose de su inercia. Sin embargo en el cambio al natural el conjunto bajó enteros. No pudo remontar en la veloz vuelta al pitón derecho. Eso sí, expuso todo y más antes de fallar a espadas. A diferencia del pasado lunes, esta vez el acero no estaba bien templado.
Con la tarde condenada, el nombre del último daba pie a todos los clichés del mundo: 'Bonoloto' se llamaba. Un toro por su exagerado trapío y seriedad por delante. Sólo por presencia imponía, pero además apretó en los primeros tercios. El galleo por rogerinas de Juan de Castilla fue un ejercicio de fe en sí mismo, como el tercio de varas o el de banderillas. Muy difícil lidia, más de lo que podía parecer en el tendido. Claro, que a esas alturas pendientes de la novillada quedaban tres. La faena fue toda obra del colombiano, que siempre creyó en que pudiera pasar algo positivo. Muleta templada y firme, frente a unas embestidas totalmente faltas de clase. Absolutamente irregular, absolutamente descorazonador. Pasó mucho rato entre los pitones, quizá demasiado. 'Al menos que no digan que no lo intenté', se le oía comentar al final. Seguro que nadie lo dirá. Pero tampoco nadie agradeció su esfuerzo. Quizás lo hubieran hecho otro día, pero hoy... no
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