TERRORIFICA CORNADA A JIMENEZ FORTES EN EL CUELLO
Jiménez Fortes estaba a por todas porque lo tenía en la mano como nunca en Las Ventas. Porque había estado como nunca. Y en el zamacuco sexto tenía la llave. Y por eso le puso la izquierda. Y el torazo más armado de toda la corrida, de 640 kilos, se le vino directo al cuerpo. Lo empaló y lo lanzó por el aire. Pero fue en el suelo donde el pitón buscó con saña la carne hasta encontrar un hueco debajo del mentón. A Fortes se le escapaba la vida a chorros por la garganta. Un borbotón de sangre manaba entre sus dedos.Terroríficas imágenes y terrorífica impresión hasta que se supo el alcance real del cornadón: era todavía peor de lo esperado. El pitón había bordeado la glándula tiroide y esófago y contisionaba la vena yugular y la arteria carótida. Un milagro que pasase como un misil entre tan delicada zona. El pronóstico era muy grave. No cabía duda desde un primer momento. Aunque el torero había entrado consciente en la enfermería. La profesión iba por dentro. La plaza quedó consternada mientras Uceda mataba al bestiajo hiriente... Y todos los toreros rezaban en la enfermería de la plaza.
El viento se había presentado en Madrid como convidado y no precisamente de piedra. Eolo encabritado y traidor. El pulso y el hándicap más odioso y complicado para los toreros. A Jiménez Fortes no le arredró ni lo más mínimo. Impresionante su convicción y su fe de roca. Inasequible a las embestidas del vendaval ni a las del toro alirado de Salvador Domecq con todo su genio cinqueño a cuestas. Desde que Fortes se clavó penitente a portagayola presentó su declaración de intención. Cada vez que en Las Ventas algún matador regresa a la puerta de chiqueros el recuerdo de David Mora, hace ya casi un año, se presenta con amargura. Y Saúl estuvo en aquel cartel. Esperó una barbaridad la dubitativa salida del domecq hasta que le libró la larga cambiada con el domecq prácticamente encima. La batalla continuó en pie con lances genuflexos y otros ya en pie en sones de guerra. El toro repetía sin irse, apoyado sobre las manos. Hasta que lo soltó con una media, el asalto le sacó el aire a la plaza. Pero se metió el personal en la corrida. Como fijo al toque de atención.
Y Saúl Jiménez Fortes mantuvo la apuesta con la muleta. Desde redacción, me cuentan que el brindis por televisión fue de torero a torero, de Fortes a David Mora. Así que en su honor se jugó la vida sin miramientos el matador de Málaga. Que el viento enredaba la muleta, igual daba. Por la derecha trataba de someterlo como si las condiciones climatológicas fuesen las de una plaza cubierta y el toro, una malva de seda. La realidad se alejaba bastante. El carácter del toro preñado de genio aprovechaba los huecos para reponer y, en cuanto se sentía sometido en derechazos de mando y poder, se desentendía del engaño con instinto. Ni un paso atrás. Y no sólo eso, que el tipo le puso la izquierda. La muleta se hacía un gurruño, un lío, un nudo. Nada importaba. Ante semejante derroche de valor y fe, el bicho se rindió. Y el domador terminó casi quitándosela y poniéndosela, como diciendo el amo soy yo. El puto amo. Porque quedaba el triple salto mortal sin red de las bernadinas.Los pitones lamieron los costillares, el tórax, las hombreras. Y en cada giro Fortes le cambiaba el viaje. Rindió Las Ventas como rindió a la bestia. La estocada fue el detonante definitivo para conquistar una oreja con el peso del distintivo de acción de guerra.
Diego Silveti realizó un esfuerzo sobrehumano para poder estar en Madrid con un costurón de puntos frescos con recorrido de tobillo a rodilla. No se lo recompensó el destino con un alto enemigo de honda bodega y guasa en sus entrañas. Aunque humilló por la derecha, nunca se terminaba de ir. Y rebañaba en los de pecho de remate de las series al natural. Por dos veces a punto estuvo Silveti de viajar por los aires. El esfuerzo ya era hacer paseíllo y matarla. Como fue el hecho de pasaportar a un quinto de 590 abierta cara, nula clase y mucha mentira. Diego se vació físicamente hasta ejecutar una suerte de manoletinas con la ayuda clavada en la arena. Para matarlo pasó las de Caín. Esas palas lo abrazaban y le tapaban la salida a topetazos que no pasaban a mayores porque Silveti rodaba con suma habilidad para escaparse.
Suerte negada para Uceda Leal con un remiendo también cinqueño, como todo el saldo de escalera de Salvador Domecq, de Fidel San Román. Qué poca vergüenza. Un serio manso huido que barbeó tablas, se escupió de caballo a caballo, y entre caballo y caballo casi salta al callejón, y finalmente se paró cuando Mario Herrero alcanzó la contraquerencia absoluta. Y ahí ya cobró como si no hubiera cobrado nada... La sangría adquiría carácter de géiser. A plomo se defendió en la muleta sin pasar. No lo mejoró el cuarto, un toro altón de Domecq, con una seriedad de perfil y otra, o ninguna, por delante. La seriedad la portaba dentro el cabrón con los 300 derrotes que soltó en el tercio de muerte. Uceda los encajó como pudo y se encasquilló con la espada como en la vida.
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